Cristo es Rey, pero la Apostasía de la Iglesia bergogliana está a la vista de todos. Homilía de C.M.V.
30 Ottobre 2024
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Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de la Stilum Curiae, ponemos a vuestra disposición esta homilía del arzobispo Carlo Maria Viganò. Disfruten la lectura y divúlguenla.
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REX SUM EGO
Homilía en la Fiesta de Cristo Rey
Dixit itaque ei Pilatus : Ergo rex es tu?
Respondit Jesus: Tu dicis quia rex sum ego.
Ego in hoc natus sum, et ad hoc veni in mundum,
ut testimonium perhibeam veritati:
omnis qui est ex veritate, audit vocem meam.
[Entonces Pilato le dijo: “¿entonces tú eres Rey?”
Respondió Jesús:
“Si, como dices, yo soy Rey.
Para esto he nacido y para esto he venido al mundo:
para dar testimonio de la verdad.
Todo el que es de la verdad, escucha mi voz]
Jn 18, 37
Por la voluntad providencial del papa Pío XI, este último domingo de octubre está dedicado a la Realeza universal de Nuestro Señor. La encíclica Quas Primas, promulgada el 11 de diciembre de 1925, ilustra esta doctrina y las razones por las cuales, en virtud de la unión hipostática -es decir, la unión de la divinidad y la humanidad en la persona de Jesucristo- debemos reconocer a nuestro Señor y Soberano en el Verbo de Dios Encarnado.
El Evangelio del domingo pasado, vigésimo segundo después de Pentecostés, ha preparado de alguna manera la fiesta de hoy, invitándonos a contemplar la realeza de Cristo también en el precepto «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios (Mt 22, 21). Reconocer a Nuestro Señor como Soberano de los individuos y de las sociedades ya está de hecho contenido en estas sencillas palabras: Dad a Dios lo que es de Dios.
Creo que cada uno de ustedes ha podido redescubrir esta hermosísima verdad de nuestra santa Religión; una verdad que se ha conservado desde los albores de la Iglesia. La institución de esta fiesta, aparentemente redundante dado que toda la Liturgia es una profesión de Fe en la divina Realeza de Nuestro Señor, nos muestra cómo los Romanos Pontífices supieron reafirmar su Señorío universal precisamente en el momento en que los errores del secularismo, del socialismo y del liberalismo (en sus dos variantes, colectivista en Rusia y nacionalista en Alemania) intentaban expulsar a Dios del ámbito público, llevando a sus extremas pero lógicas consecuencias los errores y los horrores de la Revolución de 1789. Detrás de esta conspiración secular contra Cristo, que comenzó mucho antes de lo que podamos imaginar, sabemos que está la obra subversiva de la Sinagoga de Satanás, de la anti-iglesia masónica dedicada a la instauración del reino del Anticristo. El protestantismo, los rosacruces, los Illuminati bávaros, la masonería y todas las sectas que han conspirado desde el siglo XVI en adelante contra la Europa católica son expresiones de esta guerra sin cuartel contra Cristo y contra su Iglesia.
Los Papas que reinaron entre los siglos XVIII y XIX condenaron con severidad apostólica los principios revolucionarios en nombre de los cuales fueron derrocadas las monarquías de las naciones católicas. Esos Pontífices vieron claramente las inmensas ruinas que seguirían cuando se extendieran por todo el mundo, y advirtieron al pueblo cristiano contra cualquier compromiso con la mentalidad secular, liberal, secularista y materialista que estos errores vehiculizaban.
Lo que los Pontífices no pudieron prever, tan inaudito y escandaloso incluso para poder hipotetizarlo en esos tiempos, era que esta rebelión contra Cristo el Señor no solo podría encontrar apoyo en los Papas que vendrían con todas las instancias del modernismo llevados al seno de la Iglesia Católica con el Vaticano II, sino que esta rebelión se extendería a todo el cuerpo eclesial, hasta llegar a la apostasía de la Fe y a la emancipación de la autoridad vicaria del Romano Pontífice de la que posee exclusiva y plenamente el divino Jefe del Cuerpo Místico, Rey y Sacerdote. Los Papas postconciliares, artífices de innovaciones en la teorización y ejercicio del Papado, han llegado a querer adaptar y reinterpretar el Papado en clave sinodal (ad intra) y ecuménica (ad extra), demostrando así su voluntad de cambiar lo que Nuestro Señor estableció al fundar su Iglesia.
La apostasía de la Iglesia bergogliana, a la vista de todos, no es un fenómeno en sí mismo. Sus causas hay que buscarlas en los errores deliberadamente insinuados por el Concilio y obstinadamente apoyados por los Papas del período postconciliar. La revolución modernista del Vaticano II consistió precisamente en haber acogido en la Iglesia los principios anticatólicos -masónicos y liberales- de los Estados modernos, a pesar de que estaban a la vista de todos los inmensos daños causados por la Revolución en el transcurso de unas pocas décadas, en primer lugar para la salvación eterna de las almas y el buen gobierno de las naciones.
¿Pero en qué consiste, esencialmente, esta rendición incondicional a las ideologías anticatólicas que la Iglesia había condenado ininterrumpidamente sin dudar? ¿Por qué conceptos como libertad, fraternidad e igualdad son tan opuestos al Evangelio y tan desastrosos en sus efectos sobre las personas y las sociedades, sobre el Estado y sobre la Iglesia?
Para responder completamente a esta pregunta, primero debemos tener en cuenta que todo lo que proviene del Maligno es engaño y mentira. Satanás nos engaña cuando engaña a la humanidad diciéndole que puede “liberarse” del señorío de Cristo presentándolo como un “yugo opresivo”. Satanás miente cuando nos engaña haciéndonos creer que se puede reclamar para sí mismo una soberanía que, en cambio, pertenece a Nuestro Señor y solamente a Él. Satanás miente cuando engaña a los hombres diciéndoles que pueden ser “hermanos”, mientras niega la paternidad divina de Dios. Miente al mostrar como deseable la uniformidad en el pecado y la homologación en el vicio -porque este es su concepto de igualdad- y miente cuando nos muestra cómo rehuir a la multiplicidad y variedad de dones con los que la magnificencia de Dios nos llena a cada uno de nosotros de una manera única e irrepetible.
Nosotros somos linaje elegido, sacerdocio real, la nación santa, el pueblo que Dios ha adquirido para proclamar las maravillas de Aquél que les ha llamado de las tinieblas a su luz admirable (1P 2, 9), y es contra este linaje —que es el linaje de la Mujer (Gn 3, 15) en perpetua enemistad con la descendencia de la Serpiente— que Satanás está desatado, en su lívida envidia del destino de gloria que ha rechazado irreversiblemente con su Non serviam. linaje elegido, sacerdocio
Satanás sabe que Jesucristo es Rey. Su único propósito es inducirnos a rebelarnos contra nuestro Soberano, a tenerlo como enemigo, a negar nuestra debida y necesaria sumisión a Él, nuestro Redentor y Señor, para someternos a la odiosa esclavitud del Maligno. En síntesis, lo que Satanás quiere es hacernos renegar de Cristo Rey y Pontífice, y hacernos aclamar al Anticristo, que es una falsificación blasfema de él. Es por eso esta furia de parte de él y de sus siervos al querer negar a Cristo sus derechos soberanos sobre las naciones y también sobre la Iglesia.
Sólo los que no creen y no quieren que Cristo sea Rey pueden aceptar la idea de que las autoridades civiles no deben reconocer públicamente a la verdadera y única Iglesia, de la que Él es el divino Fundador. Sólo los que no creen y no quieren que Cristo sea Rey pueden aceptar el ecumenismo sincretista y teorizar que “todas las religiones son un camino que conduce a Dios”. Sólo los que no creen y no quieren que Cristo sea Rey pueden arrogarse el derecho sacrílego de cambiar Su Iglesia y el papado instituido por Él para obedecer servilmente a sus enemigos.
Por otro lado, aquéllos que reconocen que Nuestro Señor Jesucristo es Dios, Señor, Rey y Pontífice conducen todo de vuelta a Él, le restituyen todo, consagran todo a Él.
No podemos profesarnos católicos, apostólicos y romanos sin proclamar la Realeza de Cristo y sin vivirla cotidianamente, empezando por nosotros mismos, por nuestras familias, por nuestras comunidades. En efecto, ¿cómo podemos esperar que el Señor no nos abandone y vuelva a reinar sobre las sociedades civiles, si quienes las componen no lo reconocen como Rey? Llevado ante Pilato por el Sanedrín, Nuestro Señor se encuentra respondiendo al Procurador romano que le pregunta si Él es Rey: Tú lo dices, yo soy Rey. Para esto he nacido y para esto he venido al mundo: para dar testimonio de la Verdad; todo el que es de la verdad oye mi voz (Jn 18, 37).
Escuchemos la voz de Nuestro Señor si venimos de la verdad y lo reconocemos como nuestro Rey. Será en esta secuela Christi Regis que encontraremos las razones de nuestra combate en esta hora de la historia y sabremos reconocer quiénes está alineado bajo sus santas banderas y quiénes, una turba malvada, están alineados con el Anticristo. Qui non est mecum, adversum me est; et qui non colligit mecum, dispergit (Lc 11, 23). El que no está conmigo está contra mí, y el que conmigo no recoge desparrama.
La primera criatura que escuchó la voz de Nuestro Señor fue María Santísima, Regina Crucis y Trono místico del Rey divino. Recordemos bien esto: donde reina Cristo, debe reinar también su augusta Madre; porque es la voluntad del Hijo que Ella sea la que en Su Virginidad inmaculada humilla el espíritu impuro, y que en Su Humildad aplasta la soberbia cabeza de la Serpiente. Que ella sea la Señora y la Reina de todo cristiano y en particular de toda alma sacerdotal, para que la Mediadora de todas las Gracias interceda ante el Trono del Altísimo por la Santa Iglesia, por todos los que profesan fielmente la fe católica y por el destino del mundo. Y que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arcivescovo
27 de octubre de 2024
D. N. J. C. Regis
Publicado originalmente en italiano por Marco Tosatti el 28 de octubre de 2024, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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Tag: apostasia, cristo rey, vigano
Categoria: Generale