¿Hermanos mayores, primos mayores? Tal vez, pero de José… Bernardino Montejano.

27 Giugno 2024 Pubblicato da Lascia il tuo commento


Marco Tosatti

Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, el Prof. Bernardino Montejano, a quien damos las gracias de todo corazón, ofrece a vuestra atención estas consideraciones sobre los hermanos. Feliz lectura y compartir.

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LOS HERMANOS MAYORES (DE JOSÉ)

Hace un tiempo, los judíos aparecen como “nuestros hermanos mayores” y en medio de este caos doctrinal, no faltará alguno que declare  a los musulmanes, “nuestros primos mayores”.

El papa Francisco, el 17 de enero de 2016 así proclamó a los judíos varones y mujeres al decirles: “sois nuestros hermanos y hermanas mayores en la fe”.

No estamos de acuerdo y pensamos que los judíos son como los hermanos mayores de José, quien junto con Abel y otros hombres prominentes del Antiguo Testamento, fueron figuras de Cristo, anticipos de nuestro Redentor.

En el Génesis, IV, se encuentra la historia de José, hijo de Jacob, preferido respecto a sus hermanos, por ser hijo en la ancianidad. Sus hermanos lo odiaban y cuando José contó un par de sueños, lo odiaron mucho más.

En medio del campo quisieron matarlo, pero por sugerencia de su hermano Rubén lo metieron en un pozo seco. Deliberaron y por consejo de Judá lo sacaron del pozo y lo vendieron en veinte monedas de plata a unos mercaderes que lo llevaron a Egipto.

Allí, esos negociantes lo revendieron a Putifar, “eunuco del Faraón y jefe de los guardias”. Tiempo después la mujer de su dueño, se enamoró de José, joven y apuesto y quiso acostarse con él. Ante la negativa de José que no quiso hacer un mal tan grande y pecar contra Dios, ella lo denunció por abuso y Putifar lo mandó a la cárcel.

Comenta la Condesa de Segur en “La Biblia de una Abuela” que el alcaide de la cárcel se apiadó de José, lo observó con cuidado y encontró en él “sentimientos tan honestos y buenos que le tomó confianza y lo puso al cuidado de la vigilancia de los otros presos” (Dictio, Buenos Aires, 1980, p.106).

En la cárcel, José interpreta dos sueños, el del copero y el del panadero, pero un par de años después, pasa a primer plano convocado por el faraón para ocuparse de comprender el sentido de dos sueños que lo inquietan.

El primero, fue mientras paseaba por la orilla del Nilo, vio salir siete vacas gordas y relucientes, que se pusieron a pastar, pero en seguida salieron otras siete, horribles y flacas que se comieron a las gordas.

El segundo era parecido: vio salir de un tallo de trigo siete espigas, llenas de grano, pero en seguida aparecieron otras siete, que no tenían nada adentro y que se devoraron a las primeras.

José respondió al pedido: “No será de mí, sino del Señor mi Dios, de quien vendrá la comprensión de las cosas que tú has soñado, señor”.

Después de escuchar el relato, José respondió: Los dos sueños significan lo mismo. “Las siete vacas buenas son siete años de abundancia como las siete espigas buenas, porque el sueño es uno solo. Y las siete vacas macilentas y malas que subían después de aquellas son siete años y las siete espigas flacas son siete años de hambre”.

Y José le aconseja: “fíjese faraón en algún hombre inteligente y sabio y póngalo al frente de Egipto” (Génesis, 41, 26/7 y 33). José es designado primer ministro porque el faraón se preguntó: “¿Acaso se encontrará otro como éste que tenga el espíritu de Dios?

Los tiempos de hambre llegaron a la casa de Jacob, quien llamó a sus hijos y los mandó a Egipto para comprar comida. Fueron diez, porque retuvo a Benjamín, hijo de Raquel.

Por exigencia de José tuvieron que llevar a Benjamín y la historia tiene un final feliz, todos reconciliados, viviendo en Egipto, incluso el viejo Jacob, bajo la protección de José, el magnánimo.

Uno de nuestros grandes maestros, el Padre Julio Meinvielle, escribió un libro clave para encarar nuestro tema de hoy, titulado “Los tres pueblos bíblicos en su lucha por la dominación del mundo” (Dictio, Buenos Aires, 1974).

Estos pueblos son el judío, los cristianos y los mahometanos. Pero antes de ocuparse de ellos, el preclaro sacerdote aborda el tema de los pueblos paganos y escribe: “Dios no creó a los pueblos en el paganismo. Su divina misericordia, aun después de la caída, confortó al hombre con los medios necesarios para que lograse su eterna salvación” … con la ley de la naturaleza… “y muchos fueron los justos que acomodaron su vida a esta ley, no solo entre los primeros patriarcas de la humanidad, sino también después de Abraham y de Moisés, como el santo Job, que no siendo judío ni prosélito, dio grandes y extraordinarias pruebas de santidad… El paganismo es la infidelidad de los hombres a esa ley de naturaleza” (Ob. cit. p. 357).

Esta infidelidad la señala san Pablo en su epístola a los Romanos, de donde Meinvielle deduce los caracteres del paganismo: desconocimiento de Dios, idolatría, divinización del poder, religión nacional y exaltación de los propios instintos y odio al extranjero.

Todo esto lo expresa el apóstol de los gentiles en el texto citado: “habiendo conocido a Dios no lo glorificaron… y quedó su insensato corazón lleno de tinieblas y mientras se jactaban de sabios fueron necios hasta llegar a transferir a un simulacro en imagen de hombre corruptible, y a figuras de aves y de bestias cuadrúpedas y de serpientes, el honor debido solo a Dios incorruptible” (I, 21).

Respecto al pueblo judío, Dios “le da una ley escrita… que es signo de Aquél en quienes deben ser bendecidos todos los linajes de la tierra; queda entonces santificado y consagrado a Dios no por ser tal pueblo, ni por venir de Abraham, sino por Cristo que debía salir de su seno… pero, así como el paganismo es una infidelidad a la ley de la naturaleza, el judaísmo es una infidelidad a la ley escrita”.

El otro gran pueblo bíblico son los musulmanes, descendientes de Ismael, hijo de Abraham por su esclava Agar. Ismael no es judío, ni pagano, ni cristiano; es jefe de una gran nación “eminentemente belicosa”.

Como escribe Meinvielle, después de la venida de Cristo, el pueblo judío está como testigo ciego y mudo de la verdad cristiana, mientras los musulmanes son los enemigos bélicos de la Cristiandad

Cuando san Juan dice en su evangelio que el Verbo se hizo carne y vino a los suyos que no lo recibieron, quienes lo rechazaron ¿pueden ser nuestros hermanos mayores en la fe? o ¿son como los hermanos mayores de José, también vendido por unas monedas, anticipo del negocio de Judas?

Buenos Aires, junio 25 de 2024.

 Bernardino Montejano

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