Homilía en la Fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor. Carlo Maria Viganò.
8 Gennaio 2024
Marco Tosatti
Estimados amigos y enemigos de Stilum Curiae, ofrecemos a vuestra atención la homilía del arzobispo Carlo Maria Viganò en ocasión de la Epifanía. Feliz lectura y compartir.
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replebitur majestate ejus omnis terra
[toda la tierra se llenará de su majestad]
Homilía en la Fiesta de la Epifanía de Nuestro Señor
Ecce advenit Dominator Dominus:
et regnum in manu ejus, et potestas, et imperium.
[He aquí, el Señor Soberano ha venido:
en tu mano están el reino, el poder y el imperio…]
(Malaquias 3, 1; 1Cronicas 29, 12)
En la festividad de hoy celebramos el Misterio de la Epifanía de Nuestro Señor, es decir, de la triple y milagrosa manifestación de Su divinidad:
Tribus miraculis ornatum diem sanctum colimus:
hodie stella magos duxit ad præsepium;
hodie vinum ex aqua factum est ad nuptias;
hodie in Jordane a Joanne Christus baptizari voluit,
ut salvaret nos, alleluja
(Antifona al Magnificat)
[Celebramos el día santo adornado con tres milagros:
hoy la estrella condujo a los magos al pesebre;
hoy se elabora vino con agua para bodas;
Cristo quiso ser bautizado hoy en el Jordán por Juan
para salvarnos, aleluya]
Tres milagros ilustraron el día santo que celebramos: hoy la estrella condujo a los Reyes Magos al pesebre; hoy el agua fue convertida en vino en la boda; hoy Cristo quiso ser bautizado en el Jordán por Juan para salvarnos. Aleluya. Contemplemos, pues, la adoración de los Magos, el milagro del agua convertida en vino en las bodas de Caná y el Bautismo en el Jordán.
En la Noche Santa los Ángeles llamaron a los pastores a postrarse ante el Verbo hecho carne; en la Epifanía es todo el género humano y toda la creación los que se inclinan ante el Dios vivo y verdadero y le ofrecen su tributo: et procidentes adoraverunt eum. Los sabios que vinieron de Oriente abren sus cofres de tesoros y le dan oro, incienso y mirra: el oro de la Realeza, el incienso del Sacerdocio, la mirra del Sacrificio.
Esta fiesta, con la tranquila serenidad con la que obra el Señor, se superpone y sustituye a la que en el sexto día del primer mes del calendario romano estaba dedicada a la celebración del triple triunfo de Augusto, a la pax augustea, rindiendo homenaje al Emperador inmortal los honores divinos públicos. Por ello la Iglesia de Roma considera con mayor atención la adoración de los Magos, viendo en ellos los primeros testigos institucionales de esa Realeza universal que la Providencia quiso irradiar al mundo desde la capital de la gentilidad, posponiendo la celebración del Bautismo del Señor para el segundo domingo después de la Epifanía.
No se les habrá escapado que es María Santísima, Trono de la divina Sabiduría, quien acoge como Madre y Reina a todos los miembros de esa corte; es Ella quien presenta al Hijo a las adoraciones de la tierra y a los deleites del cielo. Dios se manifiesta a los hombres en Su grandeza, pero lo hace a través de María, colmando en la Encarnación, a través de la Maternidad divina de la Virgen, la distancia sideral entre el Verbo eterno del Padre y la humanidad caída.
Pero si Juliano el Apóstata y el emperador Valente, aunque enemigos de la Iglesia y herejes, no se atrevieron a evitar pagar tributo al Rey divino, lo cual fue querido y alentado por Teodosio, Carlomagno, Alfredo el Grande, Esteban de Hungría, Eduardo el Confesor, el emperador Enrique II, Fernando de Castilla y Luis IX de Francia, quienes habían comprendido bien cómo su autoridad terrenal no podía prescindir del Señorío supremo del Rey de reyes, ni de la sumisión del poder civil a la santa Ley de Dios. En orden, ese perfecto κόσμος que realiza la oración del Señor –adveniat regnum tuum, sicut in cœlo et in terra– ha sido quebrantado por el infernal χάος de la Revolución, por el grito luciferino del Non serviam.
Pero nosotros no celebramos una esperanza remota e ilusoria, una quimera de paz futura en un mundo del que Jesucristo ha sido desterrado. Celebramos la realidad presente y eterna de la victoria de Cristo, única Luz de salvación del mundo, sabiendo que todos los pueblos y reyes de la tierra adorarán al Salvador y lo reconocerán como su Dios, Rey y Señor. Las profecías del Antiguo Testamento no nos dejan ninguna duda: et adorabunt eum omnes reges terrae: omnes gentes servient ei, dice el Salmo (Salmo 71, 11). Adorabunt, dominabitur, liberabit, benedicent: todos ellos son verbos en tiempo futuro, que indican un destino muy cierto e indefectible, una necesidad ontológica que ninguna rebelión, angélica o humana, puede impedir que se realice.
Cuando vemos que se llevan a cabo ante nuestros ojos los últimos pasos hacia el abismo de la apostasía y hacia el precipicio de la revuelta satánica, debemos recordar la inevitabilidad del triunfo de Cristo y la derrota eterna de Satanás, precisamente a la luz de las antiguas profecías y de las palabras del Salvador: Confide: Ego vici mundum (Juan 16, 33). Cristo ha vencido. Ha derrotado a todos los tiranos que a lo largo de la historia creyeron que podían combatir a la Iglesia, y toda la Escritura celebra esta victoria alternando el desaliento humano ante el éxito momentáneo del enemigo con la alegría confiada del triunfo universal de Dios.
[Ante Él se postrarán los habitantes del desierto,
y sus enemigos lamerán el polvo.
El rey de Tarsis y de las islas le ofrecerán tributos;
los reyes de Arabia y de Sabá le traerán presentes.
Ante él todos los reyes se postrarán,
y todas las naciones le servirán;]
(Sal 71, 9-11).
Esto no es un anhelo o un deseo piadoso: es el anuncio de una realidad que ya se está produciendo en la eternidad de Dios, y que sólo debe cumplirse en el tiempo, permitiéndonos merecer con el acto de fe y la santidad de la vida participar en la gloria de la victoria de Cristo. Esto es lo que pedimos en la oración de la Misa: ut, qui jam te ex fide cognovimus, usque ad contemplandam speciem tuæ celsitudinis perducamur, para que nosotros, que te hemos conocido por la fe, podamos llegar a contemplar el esplendor de tu majestad.
Nosotros jam cognovimus, ya hemos conocido al Señor ofreciéndole en el acto de fe el tributo de nuestra voluntad y de nuestro intelecto: Otros conocerán al Señor cuando regrese en su gloria para judicare vivos et mortuos, y lo conocerán en el furor de Su justicia, en la restauración del orden quebrantado:
[Pues Él liberará al pobre que clama desvalido, y al mísero que no encuentra ayuda.
Se compadecerá del débil y del pobre, y salvará la vida a los indigentes.
los rescatará de la violencia y de la opresión,
y la sangre de ellos será preciosa a sus ojos]
(Sal 71, 12-14).
Así como durante el Adviento nos preparamos para la celebración de la Santa Navidad y la Epifanía, así en esta fase trascendental de la historia del género humano estamos llamados a prepararnos para la venida final del Señor, sabiendo que él nos liberará, que tendrá piedad de nosotros, que nos salvará, nos redimirá de la violencia y de la opresión, y que humiliabit calumniatorem (ibid., 4), humillará al mentiroso. ¿Y quién es más mentiroso que Satanás y sus siervos, quién es más falso y engañador que aquel que sustituye la quimera de una paz humana imposible por la pax christiana inaugurada por la Encarnación del Hijo de Dios y sancionada por Él en el Gólgota, con el sacrificio de sí mismo ante el Padre? ¿Quién es más mentiroso que aquel que distrae a los pueblos de la Verdad eterna de Cristo con el fraude de una felicidad terrena hecha de controles, violencia, crímenes atroces contra los débiles y sus pequeños?
Nolite timere pusillus grex, quia complacuit Patri vestro dare vobis regnum (Lc 12, 32). No temáis, pequeño rebaño, porque vuestro Padre se complace en daros su reino: regnum veritatis et vitæ; regnum sanctitatis et gratiæ; regnum justitiæ, amoris et pacis (Præfatio Christi Regis). Y que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
Publicado originalmente en italiano el 7 de enero de 2024, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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