Monseñor Viganò en Civitas. La visión “teológica” del Gran Reinicio. El cual es una religión
1 Settembre 2022
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, creo que es interesante poner en vuestro conocimiento esta conferencia pronunciada hace unos días por el arzobispo Carlo Maria Viganò en la Université d’Éte Civitas. Disfruten su lectura.
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Cuando el ser humano actúa, primero tiene un propósito. Su acción, lo que realiza, representa un medio ordenado a un fin, el cual puede ser moralmente bueno o malo. La acción es un acto de la voluntad y surge del pensamiento, que es un acto del intelecto. Lo que hacemos, en definitiva, está determinado por lo que somos (el conjunto de nuestras facultades: memoria, inteligencia y voluntad): la escolástica resume perfectamente este concepto en tres palabras: agere sequitur esse [el actuar sigue al ser].
Nadie actúa sin un propósito, e incluso lo que está ocurriendo ante nuestros ojos desde hace más de dos años es la consecuencia de un conjunto de causas concomitantes que presuponen un pensamiento inicial, un principio informador, por así decir. Y cuando nos damos cuenta de que las razones que nos dan para justificar las acciones emprendidas no tienen ninguna razonabilidad, significa que estas razones son pretextos, motivos falsos que sirven para ocultar una verdad inconfesable.
Esta es, en realidad, la forma de proceder del Maligno. Cuando nos tienta, miente para hacernos creer que es nuestro amigo, preocupado por nosotros, por nuestro bien. Al igual que un feriante, el diablo nos propone sus remedios milagrosos, sus elixires de felicidad y riqueza, al módico precio de nuestra alma inmortal. Pero esto, obviamente, lo calla, y como un estafador escribe en letra pequeña las cláusulas del contrato.
Todo es mentira cuando se trata de Satanás. Falsas premisas: tu Dios te oprime con preceptos gravosos. Falsas promesas: puedes decidir y conseguir lo que quieras. Y todo es mentira cuando los siervos de Satanás se organizan para instaurar la distopía del Nuevo Orden Mundial.
Ahora bien, como no podemos pretender que todos los conspiradores del Gran Reinicio nos digan con claridad cuál es su objetivo final -pues es algo inconfesable y criminal-, sí podemos reconstruir la mens de sus acciones conociendo los principios inspiradores de su actuar y respaldándolas con sus mismas palabras. Y también estamos en condiciones de comprender que las razones aducidas son sólo pretextos. De hecho, precisamente los pretextos, tal como se presentan, demuestran la malicia y la premeditación, ya que si su plan fuera honesto y bueno no tendrían necesidad de disimularlo con excusas ilógicas e incoherentes.
¿Pero qué es este Gran Reinicio? Es la imposición forzosa de una cuarta revolución industrial que lleve a la implosión del sistema económico y social actual y permita, mediante el empobrecimiento general y una drástica reducción de la población, la centralización del poder en manos de una élite de aspirantes a la inmortalidad y al dominio del mundo. Les gustaría reducirnos a una masa amorfa de clientes/esclavos confinados en cubículos y perpetuamente conectados a la red.
A través del Gran Reinicio quieren borrar la sociedad cristiana occidental para instaurar una sinarquía liberal-comunista calcada de la dictadura china, en la que toda la población sea controlada y manipulable a voluntad. En una sociedad inspirada, aunque sea sólo en parte, en los valores del catolicismo, los grupos de poder financiero y la élite de la Nuevo Orden Mundial no tendrían cabida, pero esto no debe hacer pensar a algunos que su oposición a la sociedad cristiana tiene una motivación esencialmente económica y de poder. En realidad, lo que desencadena ese odio es que pueda existir, aunque sea en el más remoto rincón del planeta, una alternativa posible a la distopía globalista, un mundo en el que los empresarios puedan pagar honestamente a sus empleados, en el que el Estado exija a sus ciudadanos unos impuestos razonables, en el que las organizaciones benéficas realicen gratuitamente y sin especulación aquellos servicios que hoy se subcontratan a particulares con ánimo de lucro, en el que se respete la inocencia de los niños y no se permita la propaganda Lgbtq+. Un mundo en el que el reino social de Cristo se muestre no sólo como posible, sino como la mejor forma de sociedad, administrada para el bien común y la gloria de Dios.
La mera existencia de un punto de comparación es una derrota abrasadora del engaño globalista, muestra su fracaso y su horror. Las mentiras sobre la necesidad de los confinamientos están desmentidas por la evidencia de que donde no se los adoptó hubo menos casos de enfermedades graves que donde se impusieron encierros y toques de queda. Las mentiras sobre la eficacia del suero génico están desmentidas por los casos de reinfección de personas muchas veces vacunadas, por los efectos adversos graves y por las muertes súbitas. Las mentiras sobre el pueblo soberano y los derechos inviolables del individuo han sido desmentidas por normas absurdas, normas inconstitucionales, leyes discriminatorias en el silencio del poder judicial. Y, para ser honestos, incluso el término de comparación constituido por la Misa de todos los tiempos hace imposible preferir su falsificación montiniana: por eso la Iglesia bergogliana quiere impedir su celebración y alejar a los fieles de ella. También se recurrió al engaño para imponernos este horror, diciendo a los fieles que la Misa antigua era incomprensible, y que había que traducirla y simplificarla para que los fieles apreciaran mejor su significado. Pero eso era mentira, y si nos hubieran explicado que su objetivo era exactamente el mismo que el de los heresiarcas protestantes -destruir el corazón de la Iglesia católica- habríamos ido a por ellos con horcas.
En consecuencia, el mundo globalista no tolera la confrontación. Exige la exclusividad que denuncia con horror en cuanto no es él quien la reivindica. Se rasga las vestiduras sobre el poder temporal de la Iglesia -con la complicidad de clérigos herejes y fornicarios- sólo para exigir después una obediencia absoluta e irracional a los dogmas que proclama desde Davos o Bruselas. Celebra la libertad de expresión y de prensa que financia generosamente, pero no tolera ni el disenso ni la verdad, que pretende hacer simplemente inaccesible e invisible.
Más aún: el mundo globalista no tiene ningún pasado para mostrarnos que confirme la grandeza de sus ideas, de su filosofía, de su fe. Por el contrario, se nutre de la falsificación de la historia, del borrado del pasado, de su eliminación de las nuevas generaciones, de tal modo que no haya nadie que, frente a la catedral de Chartres, esté en condiciones de reconocer las imágenes de Cristo y de los santos. De tal modo que nadie sepa que en la Capilla Santa se guardaba la ampolla del Crisma llevado por un Ángel para consagrar a los Reyes de Francia. De tal modo que no pueda conocer sus hechos, no encuentre sus tumbas, no comprenda los tesoros del arte y la literatura que han hecho grandes a las naciones católicas. La eliminación de la cultura revela la radical inconsistencia ontológica del globalismo frente al esplendor del cristianismo.
El mundo globalista no tiene futuro. O más bien: el futuro que pretende para nosotros es tan sombrío y aterrador como puede concebir la mente humana. Por lo tanto, el futuro que prevé para nosotros es falso e irrealizable. “No tengo casa, no poseo nada y soy feliz”, intentan convencernos Schwab y los promotores de la Agenda 2030. Pero su objetivo no es hacernos felices -lo que puntualmente no ocurrirá, por supuesto- sino confiscar nuestras casas y posesiones y ponerlas a nuestra disposición a cambio de una cuota. Cuando nos hablan de pacifismo y desarme no es porque quieran la paz, sino porque al estar nosotros desarmados y sin ideales nos dejaremos invadir y dominar sin reaccionar. Al imponernos la acogida y la “inclusividad” -adoptando un léxico iniciático- no quieren que realmente acojamos e integremos a personas de otras culturas y religiones, sino crear las condiciones previas para el desorden social y la consiguiente eliminación de nuestras tradiciones y de nuestra Fe. Cuando nos hablan de “resiliencia”, no nos dicen que nos protegerán de los acontecimientos adversos, sino que debemos resignarnos a absorberlos sin protestar. Cuando nos acusan de extremismo o integrismo, es sólo porque saben que los creyentes y los ciudadanos con ideales nobles y santos pueden resistir, organizar la oposición, difundir el disenso. Y cuando nos imponen la inoculación masiva con un suero génico ineficaz pero lleno de efectos adversos graves y letales, no lo hacen por nuestra salud, sino para modificar nuestro ADN y convertirnos en enfermos crónicos, con un sistema inmunológico definitivamente comprometido y una esperanza de vida inferior al promedio de las personas sanas, y para insertar en nuestros órganos nanoestructuras de grafeno autoensamblables -como se desprende de la denuncia presentada recientemente por el abogado Carlo Alberto Brusa- capaces de hacernos geolocalizables, incluidos los militares.
Nunca esperen la verdad por parte de los defensores del Gran Reinicio. Porque donde no hay Cristo, no puede haber Verdad, y sabemos cuánto odio sienten por Nuestro Señor. Un odio que no pueden disimular, del que hacen gala en los espectáculos de inauguración de los eventos europeos (pensemos en la inauguración del túnel de San Gotardo, en los Juegos Olímpicos de Londres y, recientemente, en la inauguración de los Juegos de la Commonwealth en Birmingham), en sus “recomendaciones” de no celebrar la Navidad y de no utilizar nombres cristianos para nuestros hijos. Su odio emerge lívido cuando teorizan el aborto como un “derecho humano”, ocultando su atrocidad detrás de la hipócrita expresión “salud reproductiva”: porque es la vida lo que odian, en la que ven la imagen y semejanza de ese Dios que han perdido para siempre.
En realidad, esta imagen y semejanza es mucho más profunda de lo que pensamos. Consiste en la dimensión trinitaria del hombre, con sus facultades referidas a las Tres Personas Divinas: la memoria (el Padre), la inteligencia (el Hijo), la voluntad (el Espíritu Santo). Y como en la Santísima Trinidad el Espíritu es el Amor que procede del Padre y del Hijo, en el hombre la voluntad es la facultad que se origina en la memoria de las cosas pasadas y en la comprensión de las cosas presentes. No es casualidad si, en la agitación infernal del mundo contemporáneo, el hombre se encuentre desprovisto de sus recuerdos, de su historia y de sus tradiciones (pensemos en la cultura de la cancelación de las culturas y en los pedidos de “perdón” por las acciones de nuestro pasado que han sido falseadas o tergiversadas), incapaz de expresar un juicio crítico (pensemos en la disonancia cognitiva generada por la psico pandemia) y de ordenar su voluntad subordinándola al intelecto (pensemos en la incapacidad de reaccionar frente al mal impuesto o al bien del que se nos priva).
La sociedad moderna, con su fábula de la democracia, nos ha enseñado a pensar que también podemos ser católicos, quizá incluso tradicionalistas, siempre que no cuestionemos que la igualdad de derechos debe reconocerse a todos los demás. Hay que respetar las ideas de los demás, nos dicen. Pero en el mundo metafísico, en la eternidad de Dios, esta batalla entre el Bien y el Mal no tiene nada de secular o ecuménico: es real, tan real como los ejércitos alineados, el de la Civitas Dei y el de la civitas diaboli. Los Ángeles del paraíso y los espíritus apóstatas del infierno no saben qué hacer con el buenismo conciliar: libran una batalla en la que arrebatan al adversario el mayor número de almas posible. Los Santos que interceden por nosotros no han leído Hermanos Todos, y la balanza de San Miguel no está calibrada en base a la moral de la situación de algún jesuita hereje o a las contorsiones pastorales del Camino Sinodal [alemán].
Dejemos de ser políticamente correctos, siempre presos del temor de que nuestras convicciones puedan ultrajar las sensibles conciencias de quienes no dudan en despedazar a una criatura indefensa en el vientre materno o asfixiar a ancianos y enfermos mientras duermen. Con demasiada frecuencia hemos callado ante cosas que ni siquiera deberían mencionarse, desde la normalización de los vicios hasta las transgresiones más degradantes. Sin embargo, como católicos debemos saber que Dios está vivo y es verdadero a pesar de los ateos, y que Cristo tiene el título de soberanía sobre nosotros como nuestro Creador y Redentor a pesar de los liberales. Si no estamos persuadidos de estas realidades, no podemos comprender ni siquiera la acción del enemigo, que es perfectamente consciente de esta realidad. Si no nos persuadimos de estas realidades, no daremos ningún ejemplo creíble a quienes con nuestras palabras y acciones podrían hacerse dóciles a la Gracia abriendo los ojos. Es difícil creer a quienes en primer lugar no aman lo que profesan, así como es difícil prestar fe a los modernistas, que con su comportamiento carente de caridad reniegan de toda su verborrea. También es difícil creer a los que nos piden que comamos saltamontes y cucarachas para salvar el planeta, mientras no renuncian a sus preciados cortes de carne de Kobe, o que renunciemos a los coches con diésel, mientras usan jets privados para desplazarse.
Debemos redescubrir esa dimensión de realismo y objetividad, de conciencia del combate espiritual que nos han hecho perder poco a poco, o de la que nos han enseñado a avergonzarnos. Somos milites Christi, llamados a combatir a un enemigo que quisiera golpearnos por la espalda o hacernos desertar cobardemente, porque sabe que cuando nos combate en campo abierto, detrás de nosotros encuentra a la Virgen Inmaculada, terribilis ut castrorum acies ordinata. Esa Madre a la que el Enemigo odia en todas las madres de la tierra, esa Esposa del Cordero a la que vilipendia atacando la santidad del Matrimonio y las virtudes domésticas, esa Mujer a la que humilla desfigurando la feminidad o haciendo una parodia obscena de ella.
La doctrina globalista es esencialmente satánica, porque es la aplicación social y global más directa y más coherente de la rebelión de Satanás. Encontramos en ella esa hybris, ese desafío al Cielo que la civilización clásica -todavía pagana pero ya preordenada para la llegada del mensaje de Cristo en la plenitud de los tiempos- había estigmatizado sabiamente y que nos remite a la rebelión de Lucifer. La hybris, la soberbia insana de quienes se creen Dios y usurpan sus atributos divinos, lleva hoy a la ciencia a renegar de su vocación de servir al bien para transformarla en sierva del Nuevo Orden, para lograr con el progreso tecnológico lo que era impensable en el pasado: borrar la separación entre el hombre y la máquina, entre su mente y la inteligencia artificial.
Por lo tanto, no debe sorprendernos si el transhumanismo es uno de los puntos irrenunciables de la Agenda 2030. Detrás de este loco proyecto de poner las manos sobre la Creación e incluso atreverse a manipular el santuario de la conciencia al que sólo Dios desciende con la Gracia, detrás de este designio de violentar al ser humano para “hacerlo más eficiente” hay, una vez más, un error doctrinal, una mentira opuesta a la Verdad de Dios. Crear un ser inmortal -como pretenden algunos- es la reiteración de una propuesta tecnológica de un delirio infernal, en cuya base está la presunción de poder borrar las consecuencias sobre la humanidad del Pecado Original, devolviéndola el estado de perfección en que se encontraba antes de sucumbir a la tentación de la Serpiente. Donde el pecado de Adán trajo la muerte y la enfermedad, el engaño del transhumanismo promete inmortalidad y la salud; allí donde se ha producido el debilitamiento del intelecto y la inclinación al mal de la voluntad, el fraude del hombre-máquina promete el acceso al conocimiento y la posibilidad de ser ley para sí mismo. Allí donde ha llevado al cansancio del trabajo, a la guerra y a las pestilencias, la distopía globalista promete la renta universal, la paz y la prevención de todas las enfermedades. Pero la muerte, la enfermedad, el debilitamiento del intelecto y la inclinación al mal de la voluntad, el cansancio del trabajo, la guerra y las pestilencias son el justo castigo por la ofensa infinita que toda la humanidad, en sus Progenitores, ha hecho a la Majestad de Dios al desobedecerle. Quien se engañe a sí mismo pensando que no hay consecuencias para esa desobediencia, es porque no quiere ni siquiera aceptar que es hijo de la ira, ni reconocer la obra de la Redención de Jesucristo, quien vino a la tierra propter nos homines et propter nostram salutem [por nosotros los hombres y por nuestra salvación] y murió en la Cruz para redimirnos del yugo de Satanás.
Aquí está la verdadera perspectiva teológica desde la que considerar la crisis de la sociedad y de la Iglesia. El delirio del transhumanismo no pretende hacer más rápida la carrera del atleta o más aguda la puntería del soldado, sino corromper al hombre en el cuerpo, después de haberlo golpeado en el alma. Satanás no se resigna a la derrota, que es tanto más tremenda cuanto mayormente en ella ha aparecido la obediencia de nuestro Señor al Padre Eterno, en oposición a la soberbia del Non serviam luciferino. Y si Dios, a través de los caminos de la Gracia, consigue tocar las almas y conducirlas de nuevo hacia Él, restituyéndoles a la vida eterna, Satanás se ensaña ahora también con los cuerpos, para contaminar la obra del Creador y desfigurar a la criatura. De hecho, su obra devastadora se extiende también a los animales y a las plantas, con resultados abominables que nunca podrán competir con la magnificencia de Dios.
Esta es la agenda del conflicto entre el Bien y el Mal, que desde la creación de Adán incluye también a los seres humanos, que siguen eligiendo un bando, incluso cuando deciden no elegir. Porque la neutralidad es ya una alianza con los que merecen la derrota. Sabemos lo poderoso que es el enemigo del Nuevo Orden Mundial y cuál es su organización. También sabemos lo que le mueve y lo que quiere conseguir. Pero precisamente por eso sabemos que sus victorias son sólo aparentes y están condenadas al fracaso; y que nuestro deber, en esta guerra ya ganada por Cristo en la Cruz, es tomar partido y luchar, en primer lugar, abriendo los ojos ante las mentiras con las que nos alimenta la información dominante.
Comprender que puede haber personas malvadas, dedicadas al mal, que deliberadamente eligen ponerse del lado de Lucifer en contra de Dios, es el primer paso que deben dar los que quieren resistir el golpe blanco en curso. Estas personas constituyen, en cierto modo, el “cuerpo místico” de Satanás, y actúan como tal para propagar el mal en el mundo y borrar el nombre de Cristo: al igual que el Cuerpo Místico de Cristo, que es la Iglesia, actúa en la Comunión de los Santos para propagar la Gracia. De nuevo, civitas diaboli y Civitas Dei. Si pensamos que la emergencia de la pandemia fue gestionada por incompetentes y no por exterminadores cínicos, estamos completamente equivocados, de la misma manera que estamos equivocados si creemos que nuestros gobernantes no están sometidos como esclavos a esta élite de delincuentes, usureros y malversadores, después de haber hecho carrera con ellos.
Hubo una época en que era normal que los súbditos de un reino cristiano vivieran respetando los mandamientos, que estuvieran prohibidos el aborto, el divorcio, la sodomía y la usura. Ese mundo, gracias al lento y paciente trabajo de los conspiradores, ha sido sustituido por éste, que aún no es del todo suyo, en el que reinan poderes que no obtienen su legitimidad ni de Dios ni del pueblo. Son estos poderes los que impiden lo que antes se fomentaba y premiaba, y fomentan lo que estaba prohibido y se castigaba.
Si Cristo reina en la Civitas Dei, ¿quién reina en la civitas diaboli, sino el Anticristo? Así, si en la res publica bien ordenada lo verdadero, lo bueno y lo bello son expresiones teológicas, por así decir, de las perfecciones de Dios; en la república globalista lo falso, lo malo y lo feo serán su manifestación más inequívoca, hasta el punto de tener que convertirse en una norma general, en una ley del Estado, en un precepto moral al que atenerse. También en este caso, si nos fijamos, se repite aquí otro engaño: aquel según el cual la tiranía de los soberanos y del clero, justificada por la superstición papista, habría sido eliminada definitivamente por la sociedad revolucionaria, para ser sustituida por el gobierno del pueblo bajo los auspicios de la diosa Región. Hoy vemos cuánto más tiránicos son el Leviatán globalista y el Sanedrín bergogliano, unidos por haber renegado y traicionado su rol de gobernantes del Estado y de pastores de la Iglesia.
Queridos amigos, vuestra tarea -como la que realizan muchas personas de buena voluntad en tantas otras naciones- es una tarea sagrada y muy importante: es la tarea de la reconstrucción, de la restauración, de la edificación. Exactamente lo contrario de lo que saben hacer los seguidores de la civitas diaboli, capaces sólo de destruir, de demoler, de amontonar escombros. Y para reconstruir es necesario que volver a empezar desde los fundamentos que son las bases del edificio social, poniendo a Cristo como piedra angular, como piedra clave.
Recuerden que esta generación perversa y corrupta no tiene futuro: es víctima de su propia ceguera, de su propia esterilidad, de su propia incapacidad de generar. Porque dar la vida es obra divina, y vale tanto para la vida del cuerpo como para la del alma; mientras que el demonio sólo es capaz de dar la muerte, y con ella la sorda desesperación del alma arrancada de su fin último y supremo, que es Dios.
El Nuevo Orden Mundial no prevalecerá, estén seguros de ello. No prevalecerá su furia devastadora, que querría reducir la población mundial a 500 millones de seres humanos. No prevalecerá su odio a la vida naciente y a la vida que va apagándose. No prevalecerá su plan de tiranía, porque es precisamente en la privación del Bien que nos damos cuenta de lo que nos han quitado y encontramos la determinación y la fuerza para combatir y resistir. Tampoco prevalecerá la apostasía que aflige a la Jerarquía católica, convertida en sierva del mundo: los sembradores de discordia y error que infestan nuestras iglesias se extinguirán inexorablemente, dejando vacías aquellas catedrales e iglesias, desiertos aquellos conventos y seminarios que ocuparon hace setenta años con la falsa promesa de la primavera conciliar. Porque detrás de todo esto siempre está el fraude y la malicia del Mentiroso.
Queridos amigos,
Estoy muy feliz por la oportunidad que me han dado de participar en esta edición de vuestra Universidad de Verano. Es un gran honor para mí poder saludar calurosamente a los militantes de Civitas, empezando por su presidente Alain Escada, el secretario general Léon-Pierre Durin, su querido capellán, el padre Joseph, y los Capuchinos de la Resistencia.
En su combate por la restauración del Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo y contra la oligarquía masónica y la secta de Davos, Civitas se encuentra -como David contra Goliat- en el centro de la lucha de la Alianza Antiglobalista que he lanzado bajo los mejores auspicios.
No puedo más que alegrarme al saber que Suiza, Bélgica, Italia, Canadá y España han fundado también sucursales en su territorio, siguiendo el ejemplo de Francia; creo que es muy deseable que la misma iniciativa se difunda por todas partes. Es hora de que los católicos de todo el mundo se unan en un frente común contra la tiranía globalista.
La casa construida sobre la Roca es la Iglesia Católica y la Civilización Cristiana. Es también la Francia bautizada en Reims por San Remigio, fundada en la alianza del Trono y el Altar el día de la Coronación de Clodoveo, rey de los francos.
No puede haber remedio para los males de nuestro tiempo sino en el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo, en una sociedad reconciliada con Dios que le honre y profese públicamente la Fe Católica recibida de los Apóstoles y transmitida fielmente por la Santa Iglesia a lo largo de los siglos.
Esta es la verdadera contrarrevolución.
Queridos amigos, guarden en sus corazones y en sus mentes el ejemplo de los mártires para preservar la Cristiandad y promover el Reino Social de Nuestro Señor Jesucristo; de estos mártires que han fecundado con su sangre el futuro de la Iglesia, de la sociedad y de los pueblos. No puede haber una sociedad justa y próspera sino donde reina Cristo Rey y Príncipe de la Paz. Porque la paz de Cristo sólo puede existir en el Reino de Cristo: Pax Christi in regno Christi.
El señor Durin anticipó que le gustaría hacerme algunas preguntas.
-Pregunta
Excelencia, el Vaticano II tuvo lugar hace más de 60 años, la destrucción de la liturgia hace 50 años, Asís hace casi 50 años; después de 60 años de un desastre religioso y político que lo ha destruido todo, durante el cual los fieles católicos son despreciados, incluso injustamente condenados, Su Excelencia se ha convertido, a sus más de 80 años, en un implacable anti conciliar. ¿Cuál es la razón por la que sólo ahora Usted ha decidido a actuar?
–Respuesta
Ya he tenido ocasión de dar testimonio en mis anteriores intervenciones de mi progresiva conciencia de la crisis que aflige a la Iglesia católica y de las causas profundas de la actual apostasía. Como dije entonces, mi compromiso con el servicio diplomático de la Santa Sede (primero como joven secretario en las Representaciones Pontificias en Irak y Kuwait, luego en Londres; en la Secretaría de Estado; y después como Jefe de Misión en Estrasburgo en el Consejo de Europa; luego como Nuncio Apostólico en Nigeria; y de nuevo en la Secretaría de Estado como Delegado para las Representaciones Pontificias, después como secretario general de la Gobernación y finalmente como Nuncio Apostólico en Estados Unidos); mi compromiso -decía- al servicio de la Santa Sede, que trataba de ejercer dedicándole todo mi tiempo y mis fuerzas, me absorbió por completo, haciéndome prácticamente imposible reflexionar en profundidad sobre los acontecimientos que se desarrollaban en la Iglesia.
Sin embargo, esto no me impidió albergar fuertes perplejidades en mi interior e incluso críticas a las “novedades” introducidas después del Concilio Vaticano II. Pienso en particular en los graves abusos litúrgicos, en la crisis de la vida religiosa, pienso en el panteón de Asís, en las deplorables peticiones de perdón por las Cruzadas, por ejemplo, durante el Jubileo del año 2000. También pienso en lo que había percibido como joven estudiante en la Universidad Gregoriana de Roma. Entendí que todo esto se derivaba de los nuevos principios establecidos por el Concilio.
Pero fue mucho más tarde, ante los gravísimos escándalos del entonces cardenal McCarrick y toda su red homosexual, y frente a los escándalos aún más graves de Bergoglio, cuando me apareció en toda su claridad el vínculo intrínseco entre la corrupción doctrinal y la corrupción moral, así como las causas profundas de la crisis que desde hace décadas azota a la Iglesia, generada por la revolución conciliar.
Y no pude quedarme callado.
El desastre era previsible desde el principio. Pero como he explicado, habíamos sido educados -en nuestra formación para el ministerio sacerdotal y más todavía en nuestra formación para el servicio diplomático- para considerar que era impensable que el Papa y toda la Jerarquía católica pudieran abusar de su autoridad, ejerciéndola para un fin contrario al que Nuestro Señor ha querido para su Iglesia. Habíamos sido formados para no cuestionar la autoridad de los superiores. Y esto fue usufructuado por quienes, precisamente aprovechando nuestra obediencia y nuestro amor a la Iglesia de Cristo, nos llevaron lentamente, paso a paso, a aceptar nuevas doctrinas, extrañas a las que la Santa Iglesia ha enseñado siempre, especialmente en lo que se refiere al ecumenismo y a la libertad religiosa.
Al fin y al cabo, al igual que en la Iglesia la Iglesia profunda se ha ido extendiendo por etapas hacia la disolución del cuerpo eclesial, en la esfera civil el Estado profundo se ha desarrollado de una manera que yo diría que es similar, a través de la infiltración progresiva hacia las formas tiránicas del Nuevo Orden Mundial, del Foro Económico Mundial y de la Agenda 2030.
También en este caso podría preguntarse: ¿por qué los ciudadanos no se rebelaron contra la subversión del Estado por parte de los insurgentes que tomaron el poder con el objetivo de destruir las instituciones que, en cambio, deberían haber servido al bien común?
Muchos responderían: no podíamos imaginar su malvado diseño, su plan para esclavizarnos a un sistema injusto. No podíamos creer que cuando hablaban de democracia o de soberanía popular, quisieran someternos gradualmente a un poder totalitario radicalmente anticristiano.
Considero que el hecho de no haber comprendido ayer la naturaleza del proceso revolucionario en curso puede ser excusable; mientras que el hecho de no comprenderlo hoy es irresponsable y nos hace cómplices de un golpe de Estado mundial en los asuntos temporales y de la apostasía en el ámbito eclesial.
Por ello, agradecemos a quienes, mucho antes que nosotros, con su voz profética, dieron la voz de alarma sobre la amenaza que se cernía sobre la sociedad civil y la Iglesia católica.
-Pregunta
Gracias, monseñor. Permítame hacerle una segunda pregunta: ¿qué piensa de monseñor Marcel Lefebvre y de su lucha, especialmente en su acto polémico como las consagraciones [episcopales] de 1988?
-Respuesta
Miro al arzobispo Lefebvre con admiración y gran gratitud por su fidelidad y su valor. Coraje y fidelidad invencibles frente a tanta adversidad, hostilidad e incluso obstinación por parte de una Jerarquía conquistada por las ideas de la modernidad e infiltrada por los partidarios masónicos de un proyecto de destrucción capilar y sin precedentes, cuyo impacto devastador comprobamos hoy en sus consecuencias extremas.
¡Monseñor Lefebvre debe ser considerado un hombre santo, no un cismático! Como ferviente misionero y confesor de la Fe, celoso defensor de la Tradición, del Sacerdocio y de la Misa Católica. Se expuso a severas sanciones, hasta la excomunión, porque consideraba más justo obedecer a Dios que a los hombres, mantener y transmitir la Tradición antes que abrazar las doctrinas modernistas.
Su vida está marcada por la piedad, por el espíritu de sacrificio, por el sentido del deber, por la rectitud de conciencia y por una gran coherencia interior. La suya fue una vida entregada a Dios y a la Iglesia, dedicada al servicio de las almas, a la evangelización, a la enseñanza y predicación de la sana doctrina, a la celebración del Santo Sacrificio y a la formación de los jóvenes llamados al Sacerdocio.
Una vida que es todo un testimonio de la solidez de la Fe que nos transmitieron los Apóstoles, los Romanos Pontífices, los Concilios y los Santos Doctores de la Fe, y por la que los Mártires derramaron su sangre.
Algunos juzgan que las consagraciones de 1988 fueron “un paso demasiado lejos”; otros reconocen en ellas una necesidad vital para la conservación de la Misa de todos los tiempos.
Monseñor Lefebvre captó la urgencia de los tiempos que vivimos y el drama de una situación que posteriormente empeoró en los últimos años, haciendo más evidente el estado de excepción en el que nos encontramos. ¡Algunos hablan de desobediencia; nosotros hablamos de fidelidad!
Monseñor Marcel Lefebvre siguió enseñando y haciendo lo que la Santa Iglesia siempre ha hecho y enseñó. Se opuso al liberalismo, a la destrucción de la Misa y de todo el edificio litúrgico de la Iglesia, a la ruina del sacerdocio, de la vida religiosa y de la moral cristiana.
Lo repito: ¡algunos hablan de desobediencia, nosotros de fidelidad!
-Pregunta
Gracias, monseñor. Tengo una última pregunta para usted antes de darle la palabra para una breve intervención final. Excelencia, ¿podría explicarnos en pocas palabras el proyecto de la Alianza Antiglobalista de la que ha hablado, y cómo se puede participar concretamente en él?
-Respuesta
La Alianza Anti-Globalista es un llamamiento que lancé el pasado mes de noviembre, consciente de la gravísima amenaza sin precedentes que se cierne sobre toda la humanidad en esta hora de la Historia. Consciente también de la urgencia de formar un frente de resistencia en todas partes para contrarrestar el golpe de Estado planetario orquestado por una poderosísima élite con vistas a la instauración del inherentemente inhumano y anticristiano Nuevo Orden Mundial.
Nunca he pretendido ser el líder de un movimiento ni hacerme cargo de su organización. Como un sembrador, he sembrado la semilla a los cuatro vientos, para que sea sabiamente cosechada y dé fruto. No puedo medir el estado de su germinación.
La situación actual, tanto a nivel de las distintas naciones como en la escena internacional, es muy compleja, oscura y difícil de descifrar. Sólo sabemos que debemos prepararnos interiormente para los acontecimientos que se avecinan e implorar al Cielo por una intervención de Dios.
Sólo una cosa es cierta: es imposible resolver con medios humanos la crisis civil y eclesial en la que nos estamos hundiendo. El hombre debe arrodillarse primero ante su Dios y su Rey, Nuestro Señor Jesucristo. Las naciones y los pueblos deben reconocer su Señorío, y la Iglesia debe devolver primero al Rey la Corona que los usurpadores le arrebataron. Por tanto, volvamos a poner a Cristo en el centro de nuestro corazón y en el centro de todo, Él, que es el Alfa y el Omega. Busquemos primero el Reino y su justicia, y lo demás se nos dará en abundancia.
Durin
Gracias, Excelencia. Es una pena que no pueda ver a la gente en la sala y su alegría por haber escuchado a un verdadero obispo dirigirse a ellos, repitiendo las verdades eternas de la Iglesia. Gracias de nuevo de parte de los Capuchinos, de los Dominicos de Avrillé que están aquí, del padre Morgan que está aquí con nosotros. Gracias por todo, monseñor. Le doy la palabra por última vez, agradeciéndole personalmente todo lo que ha hecho por nosotros.
Monseñor Viganò
Querido señor Durin, yo también lamento mucho no haber tenido la oportunidad de verles y sobre todo de estar con ustedes en esta feliz ocasión de encontrarnos, de dar gracias, de rezar juntos a la Virgen María en esta víspera de la fiesta de su Asunción, Ella que es la Patrona principal de Francia. Renovemos, pues, nuestro acto de esperanza y dirijamos nuestra mirada a las cosas del cielo. Sostenidos por la protección maternal y la intercesión de la Virgen María, la Mujer vestida de Sol, que aplasta bajo sus pies la cabeza del Dragón infernal, perseveremos en las batallas de aquí abajo, con mayor fuerza y valor, pero también con humildad y confianza. Con todo mi corazón los bendigo a todos: Benedicat vos omnipotens Deus Pater, et Filius, et Spiritus Sanctus. Amén.
Publicado en italiano el 31 de agosto de 2022, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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Categoria: Generale