Viganò: Nazismo y Comunismo empalidecen ante los horrores de la realidad actual
27 Giugno 2022
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, nos complace recibir y publicar esta intervención del arzobispo Carlo Maria Viganò en el “Segundo Festival de Filosofía de Venecia”. Feliz lectura.
§§§
Intervención de monseñor Carlo Maria Viganò
en el IIº Festival de Filosofía “Antonio Livi”
Sábado 25 de junio de 2022
Laqueus contritus est,
Et nos liberati sumus
[El lazo de los cazadores se rompió
y nosotros escapamos]
Salmo 123, 7
Me complace poder enviar mis saludos a los participantes de la segunda edición del Festival de Filosofía dedicado a la querida memoria de monseñor Antonio Livi. Vuestra presencia en este día demuestra que los deseos formulados en julio del año pasado empiezan a materializarse con el compromiso y la colaboración de muchas personas dispuestas. A todos ellos, así como a los organizadores del Festival, vaya mi aliento y la seguridad de mis oraciones.
Esta reflexión mía -a más de dos años del inicio de la gran farsa de la psico-pandemia y del golpe de Estado del Gran Reinicio- no tendrá, sin embargo, las connotaciones oscuras de mi anterior intervención, sino que se basará más bien en una evaluación de los hechos que, para simplificar, podríamos definir realista, en sentido positivo. No es precisamente optimismo, porque éste exagera en positividad lo que el pesimismo supera en negatividad. El realismo me parece más correcto y correspondiente a la verdad.
El primer motivo de este “realismo positivo” se basa en la virtud teologal de la Esperanza: sabemos con confianza filial que el Señor nos concede todos los medios necesarios para merecer el Paraíso, y que no nos expone a ninguna prueba, salvo a las que podemos superar con Su Gracia. Nuestra pequeña victoria sobre la tentación de pecar es una victoria de Dios: omnia possum in eo qui me confortat, todo lo puedo en Aquel que me conforta (Flp 4, 13). No hablamos, pues, de un sentimiento humano basado en una ilusión, sino de una conciencia basada en la promesa del Salvador: sufficit tibi gratia mea, mi gracia te basta (2Cor 12, 9).
El segundo motivo para mirar positivamente el presente es quizás más subjetivo, pero en mi opinión no debe subestimarse. Estos dos años de delirio global nos han mostrado el verdadero rostro del adversario, revelando quién actuó por sed de poder, quién por lucro, quién siguiendo un plan criminal contra Dios y contra el hombre. Sabemos bien qué escandalosos conflictos de intereses acechan en la cúpula de las autoridades; conocemos bien a quienes se han vendido al globalismo neomaltusiano, apoyando una narrativa tan claramente falsa como delirante; todos tenemos bien presentes a quienes, desde las sedes del Parlamento, desde las redacciones de los medios de comunicación, desde las asociaciones profesionales, desde los sindicatos e incluso desde las Iglesias se han convertido en cómplices de innumerables violaciones de los derechos naturales, así como responsables de la muerte de millones de personas en todo el mundo. Y conocemos por su nombre a quienes con frío cinismo han planificado la pandemia para poder inocular un suero génico que comprometa irremediablemente el sistema inmunológico, esterilice a hombres y mujeres, provoque abortos en mujeres embarazadas y provoque la muerte de jóvenes por infartos. Los horrores del nazismo y del comunismo palidecen ante la crueldad despiadada de los teóricos de la despoblación mundial, según los cuales -con el ministro Roberto Cingolani a la cabeza- deberían ser eliminados cuatro mil millones de seres humanos. Es impensable que quede impune semejante crimen, cometido en todas partes con las mismas acciones coordinadas y bajo una única supervisión. Y si ciertamente será castigado por la mano del Altísimo, ante quien claman justicia las víctimas de la eugenesia globalista, es de esperar que también en esta tierra los pueblos sabrán condenar a los responsables a penas ejemplares.
El año pasado nuestra mirada se volvió con gran aprensión hacia la evolución de los acontecimientos, que aparentemente seguían de manera aparentemente indefectible la agenda de los globalistas del Foro Económico Mundial. Cada vez más personas comprendían que se enfrentaban a un plan -más aún, llamémoslo con el término adecuado: una conspiración– urdido por conspiradores sin moral, pero se sentían impotentes y abrumados. También nosotros, aunque teníamos muy claro desde el principio lo que estaba sucediendo, teníamos muchas razones para temer un empeoramiento del régimen dictatorial que se estaba instaurando. Y la crisis ruso-ucraniana de principios de año pareció confirmar este recrudecimiento. Recibimos confirmación, hace unos días, nada menos que de Bergoglio, de que mucho antes del inicio de la operación militar rusa en Ucrania, la OTAN quería provocar la intervención de Moscú para tener un pretexto para imponer la transición ecológica, a continuación de las sanciones de la comunidad internacional. La pandemia por el control social, la guerra y la crisis económica por el cambio verde, el crédito social, la abolición de la propiedad privada, la renta universal.
Estos globalistas son tan predecibles en sus delirantes delirios de dominación que suscitan la indignación de quienes los escuchan hablar de filantropía mientras exterminan, esterilizan o enferman crónicamente a millones de personas; de solidaridad y justicia social, mientras teorizan la explotación de la mano de obra barata y causan un aumento desastroso del desempleo; de la ecología, mientras contaminan el planeta con miles de millones de mascarillas inútiles o con las baterías de litio de los automóviles eléctricos. Y si os fijáis, parece que pretenden un acto de sumisión por parte de sus partidarios, por lo que cuanto más absurdas e ilógicas o incluso despreciables son las razones que aducen para legitimar sus decisiones, tanto mayor debe ser la abdicación de la razón y la sumisión servil de la voluntad en los súbditos.
Heterogénesis de los fines: precisamente los que nos han deslumbrado durante décadas hablando de libertad, elección consciente, derecho a criticar, objeción de conciencia y desobediencia civil se muestran hoy como celosos ejecutores de las más ridículas disposiciones sanitarias, de las más absurdas normas de higiene y de la discriminación más vil. Y con la misma obediencia ciega, los apóstoles del antifascismo van hoy de la mano de Pravij Sektor y el batallón Azov, mientras los izquierdistas que ayer denunciaban al imperialismo estadounidense y la dependencia de Italia de la OTAN ahora exaltan las dotes de gobierno de un actorzuelo cocainómano al servicio del Estado profundo que enarbola los símbolos neonazis y celebra como héroes nacionales a los criminales de guerra antisemitas.
Creo que múltiples elementos pueden hacernos creer que el asalto que la élite globalista había planeado con la Agenda 2030 y el Gran Reinicio ha fracasado. Esto no quiere decir que la guerra esté ganada, sino que la Providencia se ha dignado cambiar el curso de los acontecimientos como para darnos una última oportunidad de arrepentimiento, una oportunidad para reparar los errores y pecados cometidos y ponerles remedio. Ciertamente la pseudo-pandemia y la crisis ucraniana han impulsado a muchas almas a multiplicar sus oraciones y penitencias, implorando a Dios una tregua que permita a la humanidad despertar de la narcosis en la que está sumida desde hace décadas, si no siglos.
El fracaso de la élite se confirma con las admisiones de muchos de sus exponentes, que ya dan por hecho el fin de la globalización. Los fanáticos que aún intentan mantener unido el peligroso edificio psico-pandémico que se derrumba no se han dado cuenta de que sus jefes los están dejando a su suerte; otros, con la típica intuición de los cortesanos, se apresuran a reposicionarse ante el ya impostergable cambio de narrativa. Pronto se admitirá que la pandemia y la crisis ucraniana fueron parte de un plan subversivo global, llevado a cabo con la complicidad de líderes mundiales, gobernantes, jefes de Estado, políticos, periodistas, médicos, profesores, magistrados, fuerzas del orden y eclesiásticos.
Pero precisamente porque esta traición ahora es manifiesta; precisamente porque las mentiras que se han difundido se han revelado en su falsedad y pretexto; precisamente porque se ha entendido que es la autoridad actual la que está corrompida y corrompe irreparablemente, es de esperarse una reacción desesperada, un contragolpe: porque ya no tienen nada que perder, y saben que lo que no consiguen hoy con uno último suspiro, no lo entenderán mañana, cuando su conspiración sea universalmente conocida y aborrecida.
No es, como decía, una victoria: es una tregua que nos permite cumplir nuestra parte en el proceso de reconstrucción que nos espera a todos. Un proceso que debe ser moral antes que material, del corazón antes que de la mente.
El colapso de la sociedad global y el fin del falso bipolarismo de matriz revolucionaria (derecha/izquierda, Estados Unidos/URSS, liberalismo/socialismo, progresismo/conservadurismo) requerirá de un compromiso colectivo, en el que el componente católico debe jugar un rol protagónico, como líder. Pero para ser protagonistas, para competir en la arena política, es necesario tener una sólida formación religiosa, moral, intelectual y política. Tener ideales, ideales santos y heroicos, animados por el deseo de cada uno de santificarse en cualquier ámbito de su vida, desde el estudio al trabajo, desde la familia al compromiso social. Y digo santificarse, para ser agradable a Dios que para esto nos creó y nos hizo a su imagen y semejanza.
La sociedad debe ser restaurada en su dimensión espiritual, curando la herida secular infligida por el laicismo, el liberalismo y el comunismo. Cristo Rey debe reinar sobre los italianos antes que sobre Italia. El laicado católico está llamado a dar testimonio de su Fe en dos frentes: uno social, reconstruyendo lo que ha sido destruido, restaurando lo que se ha dejado derrumbar. Escuelas, universidades, profesiones, oficios. Un patrimonio de civilización íntimamente cristiano.
El otro frente debe ser el de la formación de quienes sirven a la comunidad. Educamos a nuestros hijos para que sean buenos cristianos y buenos ciudadanos, buenos padres y madres de familia, trabajadores honestos, ejemplo de edificación para los demás. Les enseñamos a no avergonzarse de profesarse católicos, y a no considerar un deshonor amar a la Patria. Formamos gobernantes que piensen en el bien común y no en su propio beneficio; que cumplen con su deber sabiendo que deben rendir cuentas al Señor.
Y no olvidemos a cuántos, en estos dos años de locura colectiva, no se han doblegado a los dictados de una autoridad sometida a la élite. Que su ejemplo sea un acicate para los jóvenes, que necesitan modelos de coherencia, y para la futura clase dominante, que será llamada a sustituir a esta generación de temerosos cortesanos y cobardes conspiradores.
En definitiva, este es el verdadero cambio de los últimos meses: haber descubierto que el progreso, la fraternidad, la inclusión, la resiliencia, la sostenibilidad son sólo mentiras que detrás de una apariencia de solidaridad horizontal esconden un gran engaño, un fraude, un plan criminal. Habiendo entendido que no puede haber fraternidad donde no se reconoce al Padre común; que no hay solidaridad si no se ama a Dios y al prójimo por Él; que la verdadera libertad no es ni arbitrariedad ni licencia, sino la facultad de moverse dentro de los límites del Bien; que el Estado, como sociedad formada por ciudadanos llamados a ser hijos de Dios por el Bautismo, no puede profesar ser ateo o aconfesional, sino que debe reconocer públicamente la sumisión de la autoridad civil y de todos sus miembros a la suprema autoridad de Dios, y a conformar sus leyes a él. Porque esta es la voluntad de Dios: No todo el que me dice: Señor, Señor, entrará en el reino de los cielos, sino el que hace la voluntad de mi Padre que está en los cielos. (Mt 7,21).
Pongamos de nuevo a Dios en el centro de nuestra vida, en el centro de la familia y de la sociedad, en el centro de la Iglesia. Todo lo demás vendrá por añadidura.
Publicado originalmente en italiano el 26 de junio de 2022, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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