Viganò en Civitas: Los líderes de la Iglesia son cómplices corruptos del Gran Reinicio
13 Febbraio 2022
Marco Tosatti
Estimados amigos y enemigos de Stilum Curiae, recibimos y con gran placer publicamos esta entrevista que el arzobispo Carlo Maria Viganò concedió a Civitas. Feliz lectura.
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Entrevista concedida por Su Eminencia monseñor Carlo Maria Viganò
a la revista trimestral CIVITAS, n. 80
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¿En qué sentido el Gran Reinicio es una expresión del espíritu del mal?
El Gran Reinicio es el instrumento a través de cual la élite globalista pretende modificar sustancialmente las dinámicas económicas, laborales, sociales y religiosas de los Estados. Esto constituye un acto de interferencia invasiva de los potentados financieros que están al frente de un restringido grupo de familias – Rotschild, Rockefeller, etc. – en la vida de los ciudadanos del planeta, y por el modo en el cual este proyecto es perseguido representa un auténtico y preciso ataque subversivo. El objetivo de este Gran Reinicio, tal cual lo admiten sus artífices, es la transformación de la sociedad global en una masa de personas a las que se les niegan o racionan sus derechos naturales, civiles y religiosos mediante el chantaje, para obligarlas a aceptar lo que normalmente no aprobarían: el control total de sus acciones a través de aplicaciones de rastreo, la obligación del dinero electrónico y del voto electrónico; la reducción drástica de los costes laborales a través de la anulación de las pequeñas y medianas empresas y el empobrecimiento de las clases más débiles; la imposición de una economía supuestamente verde [ecológica], que se traduce en un recurrir forzosamente a los coches eléctricos, al uso de recursos energéticos alternativos frente al aumento vertiginoso del precio del petróleo; la privatización de la salud pública, conseguida a través de la patologización de la población y la consiguiente insostenibilidad del gasto público, la ausencia de inversiones en el sector debido a los recortes impuestos por la Unión Europea, y la imposición de la inoculación del suero génico. Por último, la Cuarta Revolución Industrialpuesta en marcha por el Gran Reinicio tiene como objetivo disminuir la población mundial mediante políticas de control de la natalidad, incentivación del aborto, de la eutanasia y del cambio de sexo, la homosexualización de los jóvenes y el exterminio programado a través del uso de medicamentos y alimentos perjudiciales para la salud. A todo esto, se agregan los financiamientos asignados a los Estados de la Unión Europea, todos ellos orientados ideológicamente (Europa asigna más a la igualdad de género que a la salud) y que obligan a los Estados bajo la amenaza de la intervención de la Comisión Europea y del Banco Central Europeo.
Este proyecto cuenta con la colaboración de instituciones públicas nacionales y supranacionales: la ONU y sus agencias, los parlamentos, los gobiernos, los funcionarios públicos, las fuerzas del orden, los magistrados, los docentes, los médicos. Junto a ellos, la campaña de martilleo de los medios de comunicación lanza alarmas de pandemias, la emergencia climática, la amenaza del terrorismo o de una invasión extraterrestre (no estoy bromeando), el riesgo de un colapso de Internet, con el objetivo de obligar a las masas a aceptar como inevitables medidas que representan un forzamiento dirigido al beneficio de un número muy reducido de multimillonarios en perjuicio de la mayoría de la población.
Recuerdo además que el pasado 17 de septiembre, el Gran Maestro del Gran Oriente de Italia elogió públicamente el Pase Verde, diciendo que “no hace más que reforzar el vínculo histórico que siempre ha habido entre las vacunas y las logias masónicas: muchos son, de hecho, los médicos que en los dos últimos siglos han impulsado las inoculaciones masivas y al mismo tiempo han formado parte de este ambiente“, recordando que el Hospital Luigi Sacco, de Milán, lleva el nombre de un médico masón que -casualmente- “convenció a muchos párrocos católicos para que incluyeran los beneficios de los sueros en sus sermones dominicales” (aquí).
El Gran Reinicio es expresión del mal, porque la matriz ideológica en la que se basa es esencialmente satánica. No podemos fingir que no sabemos que todos los protagonistas de este plan global están unidos por su pertenencia a la masonería, a la Comisión Trilateral, al Grupo Bilderberg -estos grupos de poder que odian al cristianismo y al propio Cristo, y no ocultan que adoran a Lucifer. Por otra parte, incluso sin investigar sus raíces esotéricas, basta con ver lo que hacen: la suya es una cultura de la muerte, del miedo, de la mentira y del despiadado cálculo económico. Son el mal, siervos del diablo, obreros de la iniquidad que preparan la venida del Anticristo.
¿Cuál es la relación entre la epidemia del Covid-19 y el Gran Reinicio?
El vínculo entre la pandemia y el Gran Reinicio es instrumental: como han dicho personajes como Jacques Attali o Klaus Schwab, la pandemia ofrece una oportunidad única para la realización del Gran Reinicio, desde el momento que permite presentar como justificadas por la emergencia sanitaria la limitación de los derechos de los ciudadanos, aprovechando el miedo, creando enemigos -como los llamados no-vaxs- sobre los que descargar la tensión de las masas, presentando como una ventaja la enseñanza a distancia y el trabajo inteligente, y, por último, haciendo creer que las muertes y las enfermedades crónicas provocadas por un plan criminal de despoblación están causadas por un virus “mortal” (tasa de mortalidad del 0,07%), cuando sabemos muy bien que el Covid-19 es una forma de gripe que se puede curar, pero para la cual se han prohibido las terapias y se han impuesto protocolos absurdos que han llevado a un número de muertes que podrían haberse evitado. Incluso la “vacuna” experimental, de cuyo suministro las empresas farmacéuticas obtienen enormes beneficios que se pueden rastrear hasta grupos financieros concretos -empezando por Black Rock-, está causando un número exorbitante de muertes y lesiones graves, a cambio de lo cual la Gran Farmacia se dispone a aumentar sus beneficios, asegurándose las curaciones para las próximas décadas. Si hay algo de grafeno en ese suero, y si se puede utilizar también para otros fines, es una cuestión que tendrán que abordar los expertos y los jueces, si es que queda alguno que no esté al servicio del régimen. Seguramente habrá que pensar en un nuevo Nuremberg, para juzgar y castigar a los responsables de este crimen contra la humanidad.
¿No estamos asistiendo quizás a la creación de una nueva religión?
El culto a Satanás en todas las épocas históricas y en todas las civilizaciones ha sido una constante dolorosa del misterio de la iniquidad que acompaña a la humanidad desde la expulsión de nuestros antepasados del Paraíso Terrenal. El ecologismo maltusiano, el culto a la Madre Tierra, las pseudo filosofías orientales de matriz panteísta, y no menos el “Cristo cósmico” fantaseado por el jesuita herético Theilard de Chardin, no son más que declinaciones de una misma desviación teológica. En definitiva, detrás de la Pachamama está siempre Satanás, su envidia por el destino sobrenatural que el Dios Redentor ha reservado al hombre, su odio a la vida y a la belleza como expresiones de la omnipotencia de Dios Creador, su aversión a todo lo que recuerda la presencia de Jesucristo en la Historia, signo de un amor infinito del que el demonio está eternamente proscrito.
Sin embargo, más allá de estas consideraciones, no hay que subestimar el rol del componente ritual en la dinámica del Gran Reinicioy, en particular, de la llamada emergencia pandémica. En mi opinión hay dos aspectos: uno relacionado con el nuevo credo de la Iglesia Católica, y otro relacionado con la nueva religión globalista. Lo primero constituye una adulteración del Magisterio inmutable, lo segundo una culturización de la ideología globalista.
La cúpula de la Iglesia ha hecho propias las instancias de la ideología ecológica, ecuménica e inmigratoria que constituyen la versión esotérica del pensamiento masónico, es decir, la traducción para las masas del esoterismo luciferino. Esta puesta en común de un pensamiento ajeno y opuesto a la fe católica se ha preparado desde hace décadas, si no desde hace siglos: primero el modernismo y luego la herejía del Concilio prepararon al cuerpo eclesial para considerar aceptables doctrinas heterodoxas que los pontífices romanos hasta Pío XII habían condenado de raíz. La llamada “renovación” del Vaticano II debía constituir la premisa doctrinal y moral -expresada entonces sólo en nuce– para la mentalidad actual: el ecumenismo de Dignitatis humanae abre las puertas a la intercomunión con los herejes e incluso con los paganos; la colegialidad de Lumen gentium es la base del camino sinodal bergogliano; el haber subrayado la dimensión comunitaria de la Misa fue un primer paso hacia la colectivización que hoy impone el Estado a los ciudadanos, según la idea comunista de que la colectividad prevalece sobre el individuo. La laicidad del Estado teorizada por el Concilio Vaticano II y perseguida por el cardenal Agostino Casaroli bajo el pontificado de Juan Pablo II con la revisión de los Concordatos, ha quitado a la Iglesia -por iniciativa propia- cualquier influencia moral sobre los gobiernos, que hoy son libres para imponer la teoría de género y la ideología LGBTQ a partir de las escuelas primarias, de legalizar la eutanasia y el aborto postnatal, y de obligar a los ciudadanos a inocularse con un suero producido a partir de líneas celulares abortivas, sin ninguna objeción por parte de la Santa Sede. La abdicación de su rol por parte de la autoridad eclesiástica ha “evolucionado” recientemente -como era inevitable- en una verdadera y propia adhesión a las instancias del globalismo: la Santa Sede bajo Bergoglio ha hecho suyo el credo ecológico y ecuménico que preludia la Religión Universal deseada por la masonería, traicionando su propia misión y causando la pérdida de muchas almas, que precisamente desde los púlpitos oyen defender esos errores, que hasta Pío XII eran condenados sin apelación.
Paralelamente, el globalismo prepara su propia religión mundial, en la que pretende hacer confluir las corrientes progresistas de la Iglesia católica, las diversas sectas no católicas y de otras religiones. El rol de precursor pertenece, obviamente, a la Iglesia bergogliana, cuyo líder cree que puede labrarse para sí mismo o para uno de sus pupilos el papel de líder de la Religión Universal, como si ser suplente de la Iglesia de Cristo constituye un derecho de precedencia. Pero como enseña la Historia, los colaboracionistas de la primera hora acaban invariablemente arrollados por aquellos a los que sirvieron, en cuanto ya no se necesita su cooperación. Y Bergoglio debería saberlo bien, desde el momento que él mismo es el primero en comportarse así con los prelados de los que se rodea en Santa Marta: véase el reciente caso del cardenal Becciu.
Hay que decir que el disenso de la parte conservadora del catolicismo respecto a la emergencia del Covid-19 está debilitado significativamente por la presencia de quintas columnas comprometidas con el apoyo a la narrativa de la pandemia, junto a la eficacia y a la licitud moral del suero génico de ARNm producido con líneas celulares abortivas. Resulta, cuando menos, incomprensible que algunos intelectuales católicos se muestren tan receptivos a estos temas: en mi opinión, esto demuestra también que el “conservadurismo”, e incluso un cierto “tradicionalismo”, no son más que una declinación moderada de la mentalidad conciliar, cumpliendo la función de porteros custodios, similar a la que desempeñan algunos partidos en el ámbito civil.
¿No es posible que Covid-19 y el Gran Reinicio sean precursores del Anticristo?
Lo he dicho hace poco y lo reitero: el Nuevo Orden Mundial, que el Gran Reinicio debe hacer posible e instaurar, ha tenido -y sigue teniendo- desde la farsa de la pandemia un pretexto indispensable para sostener la colosal mentira en perjuicio de la humanidad. Sin el Covid-19 seguramente habrían inventado otra cosa -ya lo habían intentado en 2009 con la fiebre porcina-, pero la pandemia ha permitido imponer también el suministro del suero génico y la institución del pasaporte sanitario, que prepara un sistema capilar de control de los ciudadanos de cara a la activación del crédito social ya experimentado en la China comunista desde el 2014 hasta 2020 y hace unos días probado también en Australia. Este pasaporte y otros sistemas para mutar a las personas en periféricos conectados a la red global evocan la marca de la bestia de la que se habla en el Apocalipsis: sería insensato pensar que estos acontecimientos, tan certeramente descritos por el apóstol San Juan, no tengan nada que ver con estos inquietantes métodos de coacción de las masas.
Italia es el único país en el mundo en el que se ha hecho obligatorio el Pase Verde para todos los trabajadores de las empresas públicas y privadas, obligando a millones de personas a vacunarse o a comprar a su costa costosos hisopos que certifiquen que son negativos al virus. Los que no tienen el Pase Verde no podrán trabajar, se les suspenderá el sueldo y no podrán comprar ni vender sin tener la marca -el código QR- como prueba de su sometimiento a la dictadura sanitaria. “Hizo que todos, pequeños y grandes, ricos y pobres, libres y esclavos, recibieran una marca en su mano derecha y en su frente; y nadie podía comprar ni vender sin tener esa marca, es decir, el nombre de la bestia o el número de su nombre” (Ap 13, 16-17). Todo ello con el silencio cómplice y silencioso de los magistrados, de las fuerzas armadas, de la autodenominada oposición y de la jerarquía eclesiástica.
¿Cómo explicar entonces la complicidad de las más altas autoridades de la Iglesia que, lejos de denunciar el peligro, invitan a los católicos a seguir ciegamente las directrices de las autoridades civiles?
Me parece evidente que no hay ninguna contradicción en el comportamiento de las más altas esferas de la jerarquía católica, ya que es parte integrante de este plan. La gran apostasía consiste precisamente en esto: en haber superpuesto, por así decir, una iglesia herética ultra progresista a la verdadera Iglesia de Cristo; una iglesia cuya jerarquía coincide formalmente con la jerarquía católica, y que gracias a ello logra imponer con su autoridad esas desviaciones y esos errores que más bien debería combatir y extirpar.
En la base de esta traición del Sanedrín romano está, ante todo, la pérdida de la dimensión sobrenatural y del rol salvífico de la Iglesia. Desde el momento que se considera la Fe como un producto que se vende a los clientes, es obvio que para aumentar las ventas se apunta a adaptar el producto para hacerlo más comercializable. Pero este es un enfoque empresarial, que ve a los pastores no como anunciadores del Evangelio en un mundo que debe convertirse a Cristo, sino como ejecutivos de una sociedad interesada en el lucro o funcionarios de partidos sensibles a las encuestas. A esto hay que añadir el autoritarismo y el clima de caza de brujas instaurados por el “pontificado” de Bergoglio, el chantaje de numerosos prelados promovidos a funciones estratégicas precisamente porque son manipulables, la corrupción moral de gran parte del clero y un concepto de obediencia mal entendido por parte de los fieles. Por otra parte, ¿qué se puede esperar de personajes que traicionan su ministerio adulterando la Fe, corrompiendo la Moral, demoliendo la Liturgia, abusando de su autoridad para condenar a las almas confiadas a ellos?
Lo cierto es que sin el apoyo masivo y contundente de Bergoglio y su círculo mágico la narrativa de la pandemia habría naufragado estrepitosamente, encontrando una firme oposición por parte del Vaticano y del Episcopado mundial. Si esto no ocurrió, es porque la cúpula de la Iglesia, ya corrupta ella misma, decidió conscientemente hacerse cómplice del Gran Reinicio, y no por un error de juicio o una excesiva fe en la “ciencia”; su desobediencia a las órdenes de la élite habría sacado a la luz nuevos y gravísimos escándalos sexuales y financieros de los que son culpables los prelados que llegaron a la cima de la Jerarquía.
El pasado 17 de setiembre Jorge Mario Bergoglio recibió en el Vaticano al presidente irlandés Michael Daniel Higgins, elogiándolo con estas palabras: “Hoy no sólo he conocido a un hombre, a un presidente, he conocido a un sabio de hoy. Agradezco a Dios que Irlanda tenga a la cabeza un hombre tan sabio” (aquí). Un comentarista recuerda que Higgins es aquél que “que en 2013 firmó la primera ley del aborto, que despenalizaba el asesinato del niño por nacer si la madre amenazaba con suicidarse o el embarazo ponía en peligro su vida; fue él quien firmó la ley de 2018 que legalizó el aborto hasta las 12 semanas y hasta el nacimiento en caso de malformación del feto; fue él quien firmó la ley de 2015 sobre el llamado matrimonio entre personas del mismo sexo. Y fue él quien firmó una ley en 2019 que acelera el divorcio” (ibidem). Y fue el propio Higgins quien prohibió la celebración de las Misas durante la pandemia, como en los tiempos de Oliver Cromwell. Obviamente, ni una palabra sobre la matanza de inocentes o el estatus moral de los irlandeses; en cambio, grandes discursos sobre los inmigrantes, la protección del medio ambiente, sobre el cambio climático, la biodiversidad, la campaña de vacunación, el futuro de Europa.
Sólo podemos imaginar cuánta responsabilidad pesa sobre las conciencias de estos apóstatas, empezando por el principal testigo de las vacunas que hoy ocupa el trono de Pedro, rogando al Señor que acorte los tiempos de la gran persecución. Y para hacerlo con la esperanza de ver triunfar finalmente al Corazón Inmaculado de la Santísima Virgen María, debemos hacernos dignos de la Gracia de Dios mediante la oración, la frecuencia de los Sacramentos, la penitencia y el ayuno. Frente a la oración humilde y confiada, el Señor se deja mover a misericordia: “Sacrificum Deo spiritus contribulatus; cor contritum et humiliatum, Deus, non despicies” [Mi sacrificio es un espíritu quebrantado; un corazón quebrantado y humillado,
tú no lo desprecias, Señor] (Sal 50, 19).
Carlo Maria Viganò, arzobispo
Publicado originalmente en italiano el 12 de febrero de 2022, en https://www.marcotosatti.com/
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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