Monseñor Viganò: No apoyéis una autoridad ebria de poder y de fuerza16 de enero de 2022Mensaje de monseñor Maria Viganò a los manifestantes congregados el 15 de enero en Roma
Alabado sea Jesucristo. Queridos hermanos: permitidme que me dirija a todos como un pastor que se preocupa ante todo por la salvación de las almas. Dirijo estas palabras a cada uno de vosotros: a quien tiene la gracia de ser cristiano y a quien todavía está alejado de Dios; a quienes son conscientes de la dimensión espiritual de esta batalla y a quienes creen que se trata simplemente de un atentado contra las libertades civiles; a quienes conocen el cariz anticristiano de lo que sucede y a quienes están exasperados por las absurdas restricciones impuestas por gobiernos sumisos al Gran Reinicio.
Vuestra protesta se une a la de millones de personas más. Es una protesta valiente que ha brotado porque compartís algunos principios fundamentales como el derecho a las libertades naturales, el conocimiento sobre tratamientos y el respeto a las convicciones personales en materia de salud y en lo relativo a la sociedad civil. Si sabéis manifestaros con firmeza y pacifícamente en defensa de vuestros derechos inalienables, cuando todo esto acabe este día será digno de ser recordado. Os exhorto, pues, a no ceder a las provocaciones de quienes no desean otra cosa que reprimir por la fuerza vuestro disentimiento.
Esta batalla no puede ni debe terminar en una reivindicación de derechos y libertades que prescinda de la Verdad y de la Justicia. Como he dicho ya en otras ocasiones, la libertad sólo es libertad si se ejerce dentro de los límites del Bien. Quienes hoy os discriminan, os impiden trabajar, ir a clase, viajar y entrar en restaurantes y tiendas, son los mismos que desde hace décadas os dicen que tenéis libertad para ofender a Dios, quebrantar sus Mandamientos, divorciaros y matar a los niños en el vientre materno y a los ancianos y enfermos en la cama del hospital; que sois libres para decidir cuándo vivir y cuándo morir, o para determinar qué está bien y qué está mal; que podéis renegar de vuestro pasado, de la civilización cristiana, de vuestra identidad de católicos e italianos. Porque todo esto responde a la ideología de la muerte, el pecado y el vicio que motiva sus acciones.
¡Pero eso no es libertad! La libertad a la que debéis aspirar, hermanos, se funda en Nuestro Señor Jesucristo, que dijo: «La verdad os hará libres» (Jn.8,32), y de Sí mismo, «Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida» (Jn. 14,6).
¡Volved a Dios! Dejad que reine en vuestros corazones, manteniéndolos en su gracia por medio de la oración y los sacramentos. Dejad que reine en vuestra familia, donde la fidelidad de los esposos, la educación de los hijos y el cuidado de los ancianos y los débiles constituye una defensa formidable ante quienes se proponen destruir el tejido de la sociedad. Dejad que reine en la sociedad civil, ajustando las leyes del Estado a la Ley de Dios, empezando por respetar la sacralidad de la vida y del bien común. Dejad que reine en los tribunales de justicia, los colegios, las universidades, los puestos de trabajo y los hospitales.
Si pensáis que podréis zafaros de las cadenas de esta tiranía por vuestras propias fuerzas, os equivocáis; porque precisamente si dejáis de lado al Señor todas vuestras acciones estarán abocadas al fracaso, por muy loables que sean. Tened, por el contrario, la valentía para reivindicar con denuedo vuestra identidad, dar testimonio de vuestra Fe y hacer valer vuestros derechos como cristianos. Y sobre todo, queridos hermanos, tened el valor para colocaros bajo la protección de Jesucristo, que dijo: «Yo he vencido al mundo» (Jn.16,33). Si libráis esta batalla espiritual bajo la bandera de Cristo Rey, la victoria está asegurada, y se retirarán los sicarios de esta dictadura infernal, porque Satanás no puede vencer a Aquel que con su Sacrificio anuló el poder del Diablo, ni a Aquella que por decreto divino le aplastará la cabeza.
Os ruego, os lo imploro: cerrad filas bajo la Cruz de Cristo, y colacaos bajo el manto de la Virgen Santísima. Lo que os salve no será la Constitución, ni la Declaración de los Derechos Humanos, sino la Fe. Aquella Fe que hizo grande a Europa, que edificó la civilización cristiana, que hizo florecer las artes y las ciencias. La fe que nos mueve a tender la mano a los pobres, a consolar a los enfermos y moribundos y a consolidar en la Caridad los vínculos de hermandad que hoy en día vemos destruidos y negados por una ideología que todo lo permite, todo lo tolera menos el Bien.
Exhorto también a quienes están comenzando a reconocer los engaños y mentiras que llevamos dos años denunciando: ¡tened un gesto de orgullo, honradez y honor! Médicos y demás personal sanitario: no violéis el juramento hicisteis callando ante lo que sucede en los hospitales. Magistrados y fuerzas del orden: no os hagáis cómplices de traidores y corruptos que obedecen a la oligarquía mundialista para destruir las naciones y esclavizar a los ciudadanos. Políticos y representantes de las instituciones: denunciad los abusos perpetrados por autoridades que nadie ha elegido y conspiran contra vuestro pueblo. Periodistas: defended la verdad y no seáis cómplices de autoridades que se cimentan en mentiras y crímenes. Comerciantes, hosteleros y tenderos: abrid vuestros establecimientos y dejad de apoyar los delirios de unas autoridades que intentan imponerse mediante la fuerza y la intimidación. Sacerdotes, párrocos y obispos siempre dispuestos a la acogida de inmigrantes e irregulares: no olvidéis que el Señor nos mandó amar al prójimo, o sea al próximo; no sigáis el discurso de la pandemia, no cerréis los templos a los fieles, y sobre todo tened presente que quien salva es Nuestro Señor Jesucristo, no un suero experimental producido con fetos abortados.
Cada uno de los que hoy estáis congregados en esta plaza, y en toda Italia, que descubra la humanidad que se ha visto comprometida en estos meses de locura colectiva. Cese la discriminación, y con ella la odiosa marginación de los sanos, la segregación de los disidentes, la criminalización de quienes hasta ayer eran nuestros hermanos y hoy se ven privados de trabajo y medios de subsistencia. ¡En nombre de Dios, salgamos de esta locura!
Cuando las autoridades conspiran contra las naciones y abusan de su autoridad contra sus ciudadanos, son obligadas la desobediencia civil y la objeción de conciencia. Vuestros hijos os agradecerán cuanto hagáis, siempre y cuando actuéis iluminados por la Fe e inflamados por la Caridad. Si lo que queréis es volver a ser libres para ofender a Dios y quebrantar su Ley, no saldréis jamás de esta infernal distopía.
Cada vez que pedimos al Señor que nos dé nuestro pan de cada día, antes de hacer esa petición material le decimos: «Venga a nosotros tu Reino, hágase tu voluntad». Porque solamente donde reina Cristo hay justicia, paz, concordia y prosperidad.
Por eso, os invito a recitar todos juntos con Fe y confianza filial en la ayuda de Dios la oración que el Señor nos enseñó: Padre nuestro que estás en el Cielo…
+ Carlo Maria Viganò, arzobispo
15 de enero de 2022 |