Viganò, el Reinicio supremo desde Roma a Davos. El deber de los católicos es resistir
12 Novembre 2021
Marco Tosatti
Queridos amigos y enemigos de Stilum Curiae, recibimos y publicamos con gusto este discurso del arzobispo Carlo Maria Viganò. Disfruten su lectura y echen un buen vistazo.
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Conferencia Identidad Católica
GUERRA SANTA: El Reino de Cristo vs. el Gran Reinicio
1-3 de octubre de 2021
RESISTITE FORTES
Desde Roma a Davos: Obligación católica de resistir
Arzobispo Carlo Maria Viganò, nuncio apostólico
El Reinicio supremo: Esta feliz expresión está tomada en préstamo de la que venimos escuchando desde hace algunos años por parte de la élite globalista, el Gran Reinicio, que en la mente de sus proponentes debería ser un gran reinicio, basado precisamente en nuevos equilibrios sociales y económicos. Por lo tanto, no me detendré en lo que es el Gran Reinicio, sino en lo que, por el contrario, debería ser el Reinicio supremo, es decir, ese “nuevo comienzo” que sólo Nuestro Señor Jesucristo, Rey y Señor de los individuos y de las naciones, puede llevar a cabo.
En el Apocalipsis de San Juan Apóstol resuenan las eternas y sagradas palabras del Verbo encarnado: “Ecce nova facio Omnia”, “He aquí que hago nuevas todas las cosas” (Ap 21 ,5). Por eso, cuando hablamos del Reinicio supremo nos referimos a la manifestación de la omnipotencia de Dios, al despliegue de su mano derecha, a la derrota de sus enemigos. Nosotros, por nuestra parte, respondemos a estas palabras haciendo nuestro el lema de San Pío X: “Instaurare omnia in Christo”, tomado de la Carta del Apóstol San Pablo a los Efesios: “Reunir todas las cosas en Cristo en la plenitud de los tiempos, tanto las que están en el cielo como las que están en la tierra” (Ef 1, 10).
Pero si nuestro deber es recapitular todas las cosas en Cristo, para que Él haga nuevas todas las cosas, es necesario entonces que comprendamos en toda su dramática claridad lo que está ocurriendo a nuestro alrededor, que reconozcamos la matriz intrínsecamente perversa de la ideología que está detrás de la farsa pandémica, y sobre todo que nos demos cuenta de que es imposible ceder a cualquier compromiso con los enemigos de Cristo, de la Iglesia y del género humano. Recapitular todas las cosas en Cristo: en Él, que es Alfa y Omega, principio y fin, todo debe encontrar su origen, su desarrollo y su realización. Me viene a la mente una oración del Misal: “Actiones nostras, quæsumus, Domine, aspirando præveni et adjuvando prosequere, ut cuncta nostra operatio a te semper incipiat, et per te coepta finiatur” [Te suplicamos, oh Señor, que sigas nuestras acciones por inspiración y nos ayudes, para que todas nuestras obras siempre comiencen en ti y terminen a través de ti]. En la límpida prosa del latín encontramos resumidas la inspiración inicial, la ayuda en la ejecución, el principio y el fin de toda nuestra acción en Dios.
Si observamos la forma en que se llevó a cabo el Gran Reinicio y la farsa pandémica, vemos que nada de lo que han hecho los globalistas está inspirado en el bien; por el contrario, vemos que lo que inspira su acción criminal es el odio teológico a Dios Creador y Salvador; lo que permite la propagación del fraude planetario es la mentira, el chantaje, el engaño y la corrupción; todo para ellos comienza y se realiza en nombre de la muerte, la enfermedad, el terror. Es el caos infernal opuesto al cosmos divino, el desorden contra al orden, el bien frente al mal. La marca del Gran Reinicio es la aversión de Satanás a la maravillosa obra de la Creación y aún más al milagro de la Redención: El que ha sido homicida desde el principio y que está condenado para la eternidad por su rebelión contra la Majestad de Dios, se desata para arrastrar con él al infierno a todas las almas posibles, como gesto de falta de respeto y ultraje al Dios que “tanto amó al mundo que dio a su Hijo único, para que todo el que crea en él no se pierda, sino que tenga vida eterna” (Jn 13, 16). La envidia y la soberbia impulsan la obra del demonio y sus siervos para difundir sobre la tierra esa tiranía infernal que es una pálida anticipación de los tormentos de la eternidad. La envidia de la gracia de que una criatura compuesta de cuerpo y alma haya podido mover a compasión a la Santísima Trinidad, hasta el punto de que el Verbo Eterno se hizo hombre como nosotros, tomó nuestra carne mortal para hacernos partícipes de su divinidad, como reza una de las oraciones del Ofertorio: “ejus divinitatis esse consortes, qui humanitatis nostrae fieri dignatus est particeps” [a ser partícipes de su divinidad, quien se dignó a ser partícipe de nuestra humanidad]. El gesto de admirable humildad del Hijo de Dios es respondido por el grito orgulloso y miserable de Lucifer.
El Reinicio supremo es cierto y ontológicamente necesario: las puertas del infierno no prevalecerán. El cristiano no cree en dos divinidades opuestas, según la visión maniquea de los seguidores del Nuevo Orden Mundial y la masonería. No hay un “dios” bueno -Satanás- que lleva la luz a la humanidad después de siglos de oscurantismo y superstición, y no hay un “dios” malo -el Dios bíblico- que siembra cruelmente la muerte y el dolor sobre una humanidad esclavizada. Esta es la doctrina esotérica de las sectas que inspiran la ideología globalista, una doctrina herética y blasfema que repugna a la razón, incluso antes que a la fe. El cristiano sabe que la omnipotencia de Dios vencerá a los malvados “con el soplo de sus labios” (Is 11, 4), y que la acción del demonio es permitida por el Señor para castigar a los malvados y probar a los buenos. Por lo tanto, no tenemos motivos para temer el resultado de esta trascendental batalla, porque Dios no miente ni puede engañar.
Pero hasta el día del triunfo de nuestro Señor sobre Satanás, ¡cuántas persecuciones, cuántos dolores, cuántas víctimas caen en las filas de los buenos! Y ¡cuántas lágrimas derraman los padres por la suerte de sus hijos, los hijos por sus padres, los ancianos que ven su muerte próxima como una liberación, los jóvenes que afrontan con angustia el futuro sombrío y amenazante que les espera! Nos encontramos en esta fase, que ya no es de transición, pero que aún no ha llegado al epílogo que todos esperamos y creemos. Una fase en la que el reino del Anticristo se está instaurando con la cooperación de todas las instituciones mundiales: gobernantes, magistrados, fuerzas del orden, médicos, periodistas, eclesiásticos. «Dixit insipiens in corde suo: Non est Deus. Corrupti sunt, et abominabiles facti sunt in studiis suis; non est qui faciat bonum, non est usque ad unum» [El necio dijo en su corazón: No hay Dios. Son corruptos y abominables en sus obras; no hay quien haga el bien, ni siquiera hay uno] (Sal 14, 1). Todos actúan y se comportan no sólo como si Dios no existiera, sino en guerra abierta contra Cristo y contra la Iglesia. Todos son corruptos y hacen cosas abominables, no hay ninguno que haga el bien… Ahora bien, si con el salmista deploramos esta ruina que nos acosa, esta maldad opresora que pretende impedirnos hacer el bien y quiere obligarnos a hacer el mal -incluso a someternos a nosotros mismos y a nuestros hijos al suero génico-, sin embargo hay muchas almas que no ceden al chantaje, que libran el buen combate, el “bonum certamen” (2Tim 4, 7) del que habla el Apóstol precisamente en referencia a los tiempos de la gran apostasía: “Porque llegará el día en que la gente ya no soportará la sana doctrina, sino que, con ganas de oír algo, se rodeará de maestros según sus propios deseos, negándose a escuchar la verdad y volviéndose a las fábulas. Pero vigila atentamente, soporta las dificultades, realiza tu trabajo de proclamación del Evangelio, cumple tu ministerio” (ibíd., 3). Maestros según sus propios deseos: Clérigos y prelados que predican herejías y utilizan su autoridad para inducir a los fieles a vacunarse; médicos y expertos que reniegan de la verdadera ciencia para tener notoriedad y beneficios; políticos y gobernantes que no persiguen el bonum commune, sino que obedecen a los poderes supranacionales y a los potentados financieros; magistrados y fuerzas del orden esclavizados al régimen totalitario; periodistas que se prostituyen sin pudor falseando la realidad, censurando la verdad y criminalizando a los disidentes.
Ciertamente no podemos decir que no hayamos sido advertidos: “Porque habrá entonces una gran tribulación, como no la ha habido desde el principio del mundo hasta ahora, ni la habrá jamás. Y si esos días no fueran acortados, ninguna persona viva se salvaría; pero a causa de los elegidos esos días serán acortados. Entonces, si alguien os dice: He aquí el Cristo, o está allí, no lo creáis. Porque se levantarán falsos Cristos y falsos profetas, y harán grandes maravillas y milagros, para engañar, si es posible, incluso a los elegidos. He aquí que os lo he anunciado” (Mt 24, 21-24). ¡Cuántos falsos cristos y falsos profetas nos rodean! ¡Cuántos presagios y milagros, gracias a los engaños de los grandes medios de comunicación y a las mentiras que se han convertido en norma! Y ¡cuántos elegidos han sido engañados, cuántos católicos se han dejado seducir por una colosal impostura, después de décadas de compromisos y claudicaciones, todos ellos encaminados indiscriminadamente a la consecución de esta “gran tribulación”, a la instauración del Nuevo Orden a través del Gran Reinicio y con el pretexto de una falsa pandemia!
Pero los prodigios de Satanás no duran, como tampoco dura la inmunidad de la vacuna por la que la población mundial va a ser diezmada, sometiendo a los supervivientes a una dictadura infernal e inhumana. Y los elegidos pueden abrir los ojos, utilizar su propio raciocinio y las advertencias de la Sagrada Escritura para reconocer la obra del Enemigo, denunciarla, descubrir los planes y revelar a sus cómplices. Y antes, comprender lo que está ocurriendo, enmarcarlo en clave sobrenatural y escatológica, para combatirlo con las armas más eficaces.
Nuestro deber, en este momento histórico, es luchar el “bonum certamen” para adquirir aquellos méritos ante Dios que puedan llevarle a acortar el tiempo de la tribulación: “Y si no se acortaran aquellos días, nadie que viviera se salvaría; pero a causa de los elegidos aquellos días se acortarán” (Mt 24, 22). El desenlace de la batalla, como he dicho, es muy cierto e inexorable; pero la duración de la persecución depende de nosotros, “a causa de los elegidos”. Depende de nuestro testimonio de Fe y de la defensa valiente de la Verdad, ya sea amenazada por un argentino que acusa a un cardenal de “negacionista” o que quiere impedir la celebración de la Misa católica; ya sea puesta en peligro por virólogos corruptos o políticos esclavos de la élite globalista; ya sea silenciada por el periodista del régimen o negada por el intelectual conservador.
Hoy, cada uno de nosotros tiene el privilegio de poder estar bajo las banderas de Cristo: “Por lo demás, sacad fuerzas del Señor y de la fuerza de su poder. Revestíos de la armadura de Dios, para que podáis resistir las asechanzas del diablo. Porque nuestra lucha no es contra las criaturas de carne y hueso, sino contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos que habitan en las regiones celestiales. Tomad, pues, la armadura de Dios, para que podáis resistir en el día malo, y para que podáis resistir después de todas vuestras pruebas. Por lo tanto, manténganse firmes, ciñendo sus lomos con la verdad, vestidos con la coraza de la justicia, y con el celo del evangelio de la paz como calzado. Tened siempre en la mano el escudo de la fe, con el que podréis apagar todos los dardos de fuego del maligno; tomad también el yelmo de la salvación y la espada del Espíritu, es decir, la palabra de Dios. Y orad sin cesar con toda clase de oraciones y súplicas en el Espíritu, velando por ello con toda perseverancia, y rogando por todos los santos, y también por mí, para que, al abrir la boca, se me conceda una palabra franca para dar a conocer el misterio del Evangelio, del que soy embajador encadenado, y para que lo proclame con franqueza, como es mi deber” (Ef 6, 10-20).
San Pablo utiliza una metáfora militar que me parece perfectamente adecuada al momento actual. Nos exhorta a combatir, advirtiéndonos que no se trata de un conflicto humano, sino de una batalla “contra los principados y las potestades, contra los dominadores de este mundo de tinieblas, contra los espíritus malignos que habitan en las regiones celestiales” (ibíd., 12). Aquí, de hecho, comienza el Gran Reinicio. Comienza desde el momento en que cada uno de nosotros comprende que no es un espectador silencioso o un observador desarmado de la carnicería que se está produciendo, sino un valioso soldado de un ejército que debe su fuerza a Aquél que lo manda y a Aquél que lo dirige: Podemos ser pobres pecadores y estar llenos de defectos; pero si no respondemos a nuestra vocación de cristianos, de “soldados de Cristo” en que nos hemos convertido por la unción de la Confirmación; si aceptamos supinamente la violencia y la opresión tanto de los falsos pastores que infestan el redil del Señor como de los traidores que ocupan las instituciones públicas, también eludimos la oportunidad que la Providencia nos concede de formar parte de la victoria de Cristo. Una victoria que se producirá de todas maneras y que será tan deslumbrante y milagrosa como para derrotar definitivamente a Satanás y a sus siervos; pero -¡atención!, será una victoria en la que los desertores y los emboscados no tendrán parte, mientras que serán condenados por los que lucharon y por el propio Dios, que pronuncia sobre ellos una sentencia terrible: “Os vomitaré de mi boca” (Ap 3, 16). Pero a los que han participado en la batalla, permaneciendo orgullosos al lado de su Señor, Él les dice: “Al que venza, le haré sentarse conmigo en mi trono, como yo he vencido y me he sentado con mi Padre en su trono” (Ibid., 21).
Esforcémonos, pues, por acortar los días de la tribulación y por conseguir pronto el Reinicio supremo, poniendo fin a la tiranía de esta secta de invasores esclavos del maligno. Hagámoslo entrenándonos como atletas de la Fe en el ejercicio de la virtud y en el crecimiento espiritual, conservándonos siempre en la Gracia de Dios. Hagámoslo rezando por nuestros hermanos, por nuestros superiores eclesiásticos y civiles, por nuestros enemigos: que el Señor toque sus corazones y los induzca al arrepentimiento, haciéndoles denunciar las presiones y los chantajes a los que han sido sometidos y los nombres de los responsables. Hagámoslo diciendo la verdad, sin respetos humanos, sin ceder y sin dejarnos intimidar: apelo especialmente a los que ocupan puestos de responsabilidad que pueden sacar a la luz la red de engaños, delitos y conflictos de intereses que hicieron posible esta escandalosa conspiración mundial. Hagámoslo -y concluyo- permaneciendo fieles a lo que se nos ha enseñado, a la Fe de nuestros Padres, a la civilización que ella ha hecho florecer en nuestra Patria, al mundo que ellos quisieran borrar.
Si cada uno de nosotros se convierte en tabernáculo de la Santísima Trinidad y en trono de Cristo Rey, las sociedades en las que vivimos -tanto la pública como la eclesiástica- no podrán dejar de inclinarse ante Nuestro Señor, porque seremos la levadura que hace crecer la masa (Gal 5, 9), la luz del mundo (Mt 5, 14) y la sal de la tierra (Mt 5, 13). Que este sea el comienzo del verdadero Reinicio supremo que invocamos a la Majestad Divina, por la intercesión de nuestra Santísima Madre, Mediadora de todas las Gracias y Auxilio de los Cristianos. Que así sea.
+ Carlo Maria Viganò, Arzobispo
Publicado en italiano el 10 de noviembre de 2021, en
Traducción al español por: José Arturo Quarracino
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