El trigo y la cizaña. Carta abierta de don Francesco d’Erasmo   

3 Agosto 2021 Pubblicato da

 

Marco Tosatti

Muy estimados Stilumcuriales, recibimoso y publicamos con gusto, por parte de don Francesco d’Erasmo, este mensaje. Buena lectura y reflexión.

§§§

El trigo y la cizaña

Carta abierta a todos los verdaderos católicos y a todos los hombres de buena voluntad

 

En el mismo campo en el que el Señor sembró a los Hijos del Reino, el diablo sembró a los hijos del maligno. El mismo Jesús nos explicó la parábola del trigo y la cizaña que había anunciado un poco antes (Mt 13).

En su texto de abril de 2019 sobre los abusos en la Iglesia católica, el Papa Benedicto XVI aplicó esta parábola directamente a la Santa Iglesia. La referencia directa es a los ministros que usan de manera contraria a la voluntad de Dios la autoridad que se les ha conferido en nombre de la Santa Iglesia y en nombre de Jesucristo. A esto se le llama abuso: un uso de la autoridad que no es conforme con el propósito para el que se ha dado esa autoridad.

En esa parábola, a los obreros impacientes que piden permiso para intervenir de inmediato para quitar la cizaña, Jesús les dice que la separación del trigo de la cizaña se llevará a cabo al fin del mundo.

No podemos engañarnos a nosotros mismos, pensando que antes del fin del mundo sea posible una separación por la que los hijos del diablo sean expulsados. Debemos recordar esta verdad si no queremos caer en una trampa. Es una verdad revelada por Dios, que nadie podrá cambiarla. “El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán”, dice Jesús (Mt 24, 35). El papa Benedicto XVI, en plena batalla interna dentro de la Santa Iglesia respecto a la purificación de los ministros traidores, desencadenada por la denuncia de Su Excelencia Carlo Maria Viganò en agosto de 2018, nos recordó enérgicamente esta verdad, repitiéndonos esta imagen de Jesús junto a la otra, la de la red con los peces buenos y malos.

Por tanto, debemos aprender a reconocer el trigo de la cizaña sin pretender arrancarlo antes de tiempo, lo que iría en contra del plan de Dios. No tenemos autoridad para hacer lo que el Señor ha decidido que se confiará a los ángeles. Hay autoridades que tienen el poder de expulsar a sus súbditos, pero los súbditos no tienen el poder de expulsar a los superiores. Por eso hay situaciones en las que la única autoridad que realmente podrá purificar el campo, expulsando a los que no pertenecen a Su cosecha, serán los ángeles, y lo harán cuando sean enviados por Dios, el Dueño del campo. Y Jesús nos explica también por qué. Cuando vemos la imposibilidad de esta expulsión, no debemos rebelarnos, ni actuar intentando violar el orden establecido por Dios, engañándonos a nosotros mismos con que podemos hacer lo que no nos corresponde. También estaríamos haciendo el daño que el Maestro quiere evitar: arrancar el buen grano antes de que madure.

Tampoco podemos caer en el error contrario: ignorar que no todo lo que está en este campo es grano bueno. Es el propio Jesús quien nos advierte que debemos cuidarnos de los falsos profetas. Y nos proporciona los criterios para distinguirlos.

Agradeciendo al Señor, todavía tenemos en casi todo el mundo libre acceso al Catecismo de la Iglesia Católica (CIC) y a la Sagrada Escritura en la versión oficial proclamada por la Santa Iglesia Católica. La Palabra de Dios, según los dictámenes del Concilio Vaticano I: la Biblia Vulgata, con sus traducciones, a pesar de muchas pequeñas o grandes desviaciones, nos da acceso a la Verdad Revelada que la Santa Tradición de la Iglesia transmite a lo largo de los siglos a todos los hombres de buena voluntad, es decir, a los que verdaderamente quieren el bien.

El propio Catecismo de la Iglesia Católica, en el parágrafo 675, nos dice claramente que la “apostasía de la verdad” sacudirá la fe de muchos creyentes.

Por lo tanto, recordar la Verdad es evidentemente una ayuda que podemos darnos en la prueba, para sostener nuestra fe y apoyar a los que se arriesgan a caer en la mentira. Es una de las obras de misericordia. “Jesús dijo entonces a los judíos que habían creído en él: ‘Si permanecéis fieles a mi palabra, seréis verdaderamente mis discípulos; conoceréis la verdad, y la verdad os hará libres’” (Jn 8, 31-32).

Últimamente estamos asistiendo a un peligroso enfrentamiento, operado por el muy astuto diablo, en su estilo habitual: “divide y gobierna”. De hecho, también se le llama diablo precisamente por su actividad como divisor, según una palabra de origen griego: diabolon. Él es que lleva a los ministros sagrados de la Iglesia Católica a traicionar a Jesús, para acusarlos después ante los hombres y llevar a los fieles a abandonar la Santa Iglesia Católica en rebelión contra estos malos ministros, nuevos Judas.

A los que caen en esta tentación, les recuerdo que Jesús dijo que Él es el Camino, la Verdad y la Vida. Sin Él no podemos hacer nada. Él fundó su Iglesia sobre la roca de Pedro. El CIC nos recuerda en el nº 816 que: “La única Iglesia de Cristo…” es aquélla “que nuestro Salvador, después de su resurrección, le entregó a Pedro para que la pastoreara. Le encargó a él y a los demás apóstoles que la extendieran y la gobernaran […]. Esta Iglesia, constituida y ordenada en este mundo como una sociedad, subsiste en [“subsistit in”] la Iglesia Católica, gobernada por el Sucesor de Pedro y por los obispos en comunión con él”. El Decreto sobre el Ecumenismo del Concilio Vaticano II lo explicita: “Solamente por medio de la Iglesia católica de Cristo, que es ‘auxilio general de salvación’, puede alcanzarse la plenitud total de los medios de salvación. [En efecto], creemos que el Señor confió todos los bienes de la Nueva Alianza a un único Colegio apostólico presidido por Pedro, para constituir un solo cuerpo de Cristo en la tierra, al cual deben incorporarse plenamente los que de algún modo pertenecen ya al Pueblo de Dios”.

Por muy graves que sean los pecados, crímenes y traiciones de sus miembros, la Iglesia Católica es la única Santa Iglesia querida por Dios, y sus ministros administran válida y legítimamente los Santos Sacramentos necesarios para la salvación, por institución divina. Quien rechaza los Sacramentos administrados por tales ministros rechaza la Gracia Sacramental en la forma que Dios mismo ha establecido para recibirlos.

Algunos autodenominados defensores de la verdad católica están induciendo a los fieles a no recibir los Santos Sacramentos en la Iglesia católica por parte de los sacerdotes que nombran al “papa Francisco” en el Canon de la Santa Misa (Algunos han llegado a la herejía de negar la validez de dichos Sacramentos. Alguien afirmó anteriormente tal herejía, y ahora se ha corregido).

Algunos siguen afirmando que quienes reciben los sacramentos de los sacerdotes que nombran al “papa Francisco” en el Canon de la Misa, entrarían por ese hecho “en comunión” con todos los pecados y errores que comete Bergoglio y todos aquéllos que por medio de su gobierno de la Iglesia Católica se mantienen impunes dentro de los límites visibles de la Santa Iglesia a pesar de los graves errores, pecados, crímenes, herejías y eventualmente apostasía. Esta afirmación también es gravemente errónea.

La expresión del Canon que nombra al Pontífice reinante, a pesar de las traducciones y reformulaciones del nuevo Rito Romano promulgado por Pablo VI, independientemente del hecho que se trate del Pontífice legítimo o un posible impostor, no indica comunión con los actos personales de su persona subjetiva, sino una oración por él como signo visible de la continuidad de la Sucesión Apostólica. Por lo tanto, tal oración indica exclusivamente la comunión de esa Santa Misa con la Iglesia Católica Apostólica Romana, y la oración por el Pontífice Romano, es decir, la obediencia a Cristo que fundó su Única y Santa Iglesia sobre la roca de Pedro. Si el Romano Pontífice traiciona su mandato, o si incluso estamos frente a un impostor, esto no cambia la naturaleza de esa oración. Porque Dios interpreta esa oración según su verdadero significado, que es el que la tradición bimilenaria de la Iglesia le ha atribuido siempre, es decir, el acto de estar en comunión con el Único Dios verdadero a través de los ministros instituidos por Él, en la Única Iglesia divinamente instituida por Él. Los abusos eventuales de los que se sientan en el trono de Pedro se les imputarán personalmente a ellos. También porque, como afirma la tradición bimilenaria de la Santa Iglesia y como recuerda el Concilio Vaticano I, “la Sede Primera no es juzgada por nadie”. Por su propia naturaleza, la Sede de Pedro no puede ser juzgada por los inferiores. Por lo tanto, en una situación como la actual es imposible llegar a un juicio positivo que libere a los fieles de la confusión generada por las sospechas, dudas o incluso hechos, aunque legítimos, que están a la vista de todos. Como ningún hombre en la tierra tiene autoridad para juzgar a quien se sienta en el Trono de Pedro, el cristiano que quiera adherir a la Santa Iglesia fundada por Jesús debe poner toda su confianza en Él, el Dueño del Campo, que a su debido tiempo enviará a sus ángeles. Hasta ese momento, lo que basta que acontezca, a través de la presencia de una Sede Apostólica Romana es que se puedan reconocer los límites visibles de esa “sociedad” que es precisamente la Santa Iglesia (CIC 816).

El católico que participa en la Santa Misa en su parroquia, o en el lugar donde por su condición de vida pueda ir, y dicha Misa es celebrada por un sacerdote válidamente ordenado, con la materia del verdadero pan y del verdadero vino, y las palabras de Consagración aprobadas por la Santa Iglesia, que a pesar de todas las legítimas discusiones siguen estando presentes en todos los Misales de la Iglesia Católica actualmente en uso, asiste a una Santa Misa válidamente celebrada en la que Nuestro Señor Jesucristo se hace verdaderamente presente en las Sagradas Especies.

De las manos de tal sacerdote puede recibir válida y lícitamente el Santo Sacramento del Cuerpo de Cristo para alimentarse y estar en comunión con Él, para obedecer a su divino mandato, y no corre el peligro de entrar en comunión con ningún pecado o delito del sacerdote celebrante o del nombrado en el Canon como Papa. Y el fiel puede ser válidamente absuelto de los pecados por un sacerdote así, independientemente del nombre que pronuncie en el Canon. En casos de extrema confusión o incluso de sede vacante, lo que sigue siendo esencial es la validez de los sacramentos, que precisamente, en la estela de la Sagrada Tradición, ni siquiera los sedevacantistas niegan. En casos de extrema necesidad el católico puede recibir los Santos Sacramentos incluso de un sacerdote que haya incurrido en las más graves penas canónicas, como los miembros de las iglesias cismáticas, o incluso los que hayan sido reducidos al estado laical. ¡Esta es la doctrina sempiterna de la Santa Iglesia!

Resulta paradójico que algunos, queriendo erigirse en paladines de la fe católica, nieguen después esta verdad innegociable que la Sagrada Tradición de la Iglesia ha transmitido ininterrumpidamente.

Especialmente en Italia, el error de estas personas pone en grave peligro la posibilidad de los fieles de recibir serenamente los Santos Sacramentos, primer medio de santificación del cristiano, porque genera dudas infundadas y confusión en sus conciencias, frente a la situación de evidente y grave confusión doctrinal.

Además, ellos generan un clima de desconfianza generalizado y superficial, vinculado únicamente al hecho de que se pronuncie ese nombre en el canon. Esta desconfianza impide a los fieles reconocer a los pastores que, incluso en medio de mil dificultades, siguen dando testimonio de la Verdadera Fe de la Santa Iglesia, enseñando la sana doctrina, ayudando a no caer en las trampas de los falsos pastores, quienes se han infiltrado en ella como “lobos vestidos de corderos”. “En verdad, en verdad os digo que el que no entra en el corral de las ovejas por la puerta, sino que sube por otro camino, es un ladrón y un salteador” (Jn 10, 1). Los que entran a través de la buena fe del pueblo sencillo que, justamente, al ver quién tiene la autoridad jerárquica en la Santa Iglesia, lo respetan como representante de Cristo, pero después abusan de esta confianza y respeto para predicar “un evangelio diferente” (Gal 1, 6).

Jesús condena el escándalo con una fuerza sin parangón: “Pero al que escandaliza a uno solo de estos pequeños que creen en mí, más le valdría que le colgaran al cuello una piedra de molino convertida en rueda de asno y lo arrojaran al fondo del mar” (Mt 18, 6-7). Pero también había dicho: “Dichoso el que no se escandaliza de mí” (Mt 11, 6). En efecto, es Jesús quien, por voluntad del Padre, instituyó la Iglesia sobre el fundamento de los Apóstoles. Es él quien eligió a personas que podrían haberle traicionado, y de hecho le traicionaron. No sólo Judas. Los demás se arrepintieron, pero incluso Pedro fue llamado Satanás por Jesús porque no pensaba “según Dios, sino según los hombres” (Mc 8, 33). De hecho, ¡fue el propio Pedro quien se escandalizó por la proclamación de la Cruz! ¡Qué analogía con lo que estamos viviendo ahora! ¡Cuánto esconde en realidad este rechazo a participar en los Sacramentos, celebrados por los sacerdotes que se pronuncian en el Canon “en comunión con el papa Francisco”, el rechazo de la cruz del momento presente, tal y como el Señor lo permite!

Ahora bien, si no aceptamos que la Santa Iglesia pueda tener como ministros a hombres, que posiblemente traicionen al Señor, y de hecho lamentablemente lo han traicionado muchas veces y lo siguen traicionando, en realidad nos escandalizamos por el Señor, que no eligió ángeles, sino hombres como sus ministros. El ángel, al principio de su existencia, se decide a favor o en contra del Señor, convirtiéndose en un ángel bueno o en un demonio, como nos enseña Santo Tomás. El hombre dispone de su libertad toda su vida, hasta la muerte, y sólo se salvará el que persevere hasta el final, es decir, conservará su buena decisión para la eternidad. Esto significa que el hombre, aunque sea un Apóstol, siempre tiene la posibilidad de traicionar al Señor, y esto es por la voluntad de Dios. Dios no quiere que traicione, pero tampoco le quita la libertad con la que podría hacerlo.

Por eso el Señor, consciente de que muchos, incluso sus propios ministros, al igual que los ministros de la Antigua Alianza, lamentablemente traicionarían su misión, advierte a los suyos. Y las parábolas del Reino son muy claras en este sentido. La parábola de los viñadores asesinos es una de ellas (Mt 21). Pero la parábola del hombre que sale a recibir el título real no deja lugar a dudas: evidentemente se refiere a Jesús y a sus ministros, no ya al antiguo Israel. De hecho, sólo Jesús puede identificarse con este hombre de noble linaje que va a recibir el título real, alejándose por mucho tiempo de la presencia sensible y reinante entre sus súbditos (Lc 19, 12). Es el propio San Juan apóstol quien aplica directamente las advertencias de Jesús a los miembros de la misma Santa Iglesia: “Hijos míos, ésta es la última hora. Como habéis oído que el anticristo ha de venir, ahora de hecho han aparecido muchos anticristos. Por esto sabemos que es la última hora. Salieron de entre nosotros, pero no eran de los nuestros; si hubieran sido de los nuestros, habrían permanecido con nosotros; pero tenía que ponerse de manifiesto que no todos son de los nuestros” (1 Jn 2, 18-19).

Aquí resulta evidente que la presencia de falsos profetas en el interior de la Santa Iglesia Católica no es una contradicción de la promesa de Jesús de que “las puertas del infierno no prevalecerán” (Mt 16, 18). Por otra parte, si esta promesa hubiera significado que ninguno de los apóstoles llamados por Jesús le traicionaría, el propio Jesús, en el mismo Evangelio, se habría contradicho: “En verdad os digo que uno de vosotros me traicionará” (Mt 26, 21). ¡Y esta afirmación fue hecha incluso con la fórmula del juramento!

Resulta evidente entonces que el engaño está en quienes identifican la promesa de Jesús – “non praevalebunt”- con una promesa de ausencia de traiciones. Jesús, en cambio, promete que la Iglesia no será arrollada por los poderes del infierno, aunque Él mismo anuncie traiciones por su parte. Por el contrario, Jesús anuncia a los suyos que serán perseguidos en sus propias casas: “los enemigos del hombre son los de su propia casa” (Mt 10, 36). “En efecto, llegará la hora en que todo aquel que os mate pensará que está adorando a Dios. Y lo harán, porque no han conocido ni al Padre ni a mí. Pero os he dicho estas cosas para que, cuando llegue su hora, os acordéis de que os he hablado de ellas” (Jn 16, 2-4).

Por eso, quien verdaderamente tiene fe en las palabras de Jesús, no teme las traiciones de los sucesores de los Apóstoles, ni se escandaliza por ellas, porque recuerda la Palabra de Jesús, y sabe que no prevalecerán sobre el poder de Jesús ni sobre su Santa Iglesia. El propio Catecismo de la Iglesia Católica, en el pasaje ya citado, continúa: “La Iglesia sólo entrará en la gloria del Reino a través de esta última Pascua en la que seguirá a su Señor en su muerte y su Resurrección (cf. Ap 19, 1-9). El Reino no se realizará, por tanto, mediante un triunfo histórico de la Iglesia (cf. Ap 13, 8) en forma de un proceso creciente, sino por una victoria de Dios sobre el último desencadenamiento del mal” (CIC n. 677). En consecuencia, si observamos que algunos sucesores de los Apóstoles, como Judas, entregan a los verdaderos creyentes en manos de sus enemigos, para que sean aniquilados, si esto nos parece un proceso que conduce a la muerte de la Iglesia visible, no podemos temer que esto contradiga la promesa de Jesucristo, ni que ésta sea la victoria del maligno sobre el Reino de Dios. La Fe proclamada oficial y solemnemente por la Santa Iglesia a través del Catecismo nos anuncia precisamente este hecho.

Los que tienen esta fe no temen ni siquiera mirar a la cara esas traiciones y denunciarlas, para evitar que los fieles más débiles caigan en una trampa. El verdadero peligro no es que los verdaderos cristianos sean entregados a las manos de los enemigos de Dios. El mayor peligro es que no puedan distinguir el Bien del mal, la Verdad de la mentira, la Luz de la oscuridad. Si caen en el camino de la mentira, por estar convencidos erróneamente de que siguen a los verdaderos ministros de Dios, podrían correr el peligro de ser dañarse: “Velen y recen, para no caer en la tentación” (Mt 26, 41).

Los verdaderos pastores son entonces los que están llamados a ayudar a los fieles a discernir a los falsos profetas, para que no les confíen su fe. Porque cuando un ministro de Dios enseña una doctrina diferente a la de Jesús, los fieles que lo escuchan correrían el riesgo de caer en el error. Esto no debe ser aceptado por los que quieren ser de Jesús: “Si nosotros mismos, o un ángel del cielo, os predicara otro evangelio que el que os hemos predicado, ¡que sea anatema! Ya lo hemos dicho y ahora lo vuelvo a decir: si alguien os predica un evangelio diferente al que habéis recibido, ¡que sea anatema!” (Gal 6, 1-9). El Apóstol es muy claro, y habla de “nosotros mismo”, ¡los Apóstoles!

Por eso es deber de todo pastor de la Iglesia advertir a los fieles sobre los falsos pastores. También en el juramento previsto por la Santa Iglesia para los que reciben un cargo se jura combatir el error.  Jesús dice: “El ladrón no viene sino a robar, matar y destruir; yo he venido para que tengan vida y la tengan en abundancia. Yo soy el buen pastor. El buen pastor da su vida por las ovejas. Pero el asalariado, que no es pastor y al que no pertenecen las ovejas, ve venir al lobo, abandona las ovejas y huye, y el lobo las arrebata y las dispersa; es un asalariado y no se preocupa por las ovejas” (Jn 10, 10-13). El que ama a las ovejas las protege del lobo, que es el sembrador de la mentira. El verdadero pastor anuncia la Verdad que libera a las ovejas del lobo, aunque tenga que pagar por ello con su propia vida, a imitación de Cristo, el único verdadero Buen Pastor del rebaño.

Después de mi texto del año pasado, viendo que ha sido manipulado con demasiada premura por quienes exhortan a los fieles católicos a desertar de los Santos Sacramentos celebrados por quien nombra al “papa Francisco” en la Santa Misa, he decidido encomendar al silencio y a la oración las numerosas y nuevas reflexiones que me surgen frente a los numerosos y nuevos ataques a la Fe Católica provenientes precisamente de quienes se sientan en la Cátedra que debería ser del Apóstol Pedro y sus Sucesores. A lo largo de todo este tiempo he ofrecido al Señor los innumerables sufrimientos que tal silencio me ha causado, y he rezado recordando siempre las palabras del santo pontífice Gregorio Magno, en la Regla Pastoral (Lib. 2, 4; PL 77, 30-31): “El pastor debe ser prudente al callar y pronto al hablar, para no decir lo que debe callarse y no pasar por alto en el silencio lo que debe revelarse. El discurso imprudente conduce al error, y el silencio inoportuno deja en una condición falsa a quienes podrían haberlo evitado. A menudo los pastores imprudentes, por temor a perder el favor de los hombres, no se atreven a decir libremente de lo que es justo, y cuando oyen a Cristo, que es la Verdad, ya no cuidan el rebaño con amor de pastor, sino como asalariados. Huyen ante la llegada del lobo, escondiéndose en el silencio”. No he callado por miedo, sino para no aumentar el peligro de colaborar involuntariamente con quienes inducen a los fieles a desertar de los Santos Sacramentos.

Pero ahora, frente a reiterados nuevos ataques contra la Verdad de la Fe Católica, de alcance cada vez más violento y grave, porque se realizan con mentiras sutiles y solapadas, aprovechando la debilidad de las ovejas (los fieles), que muchas veces no están preparadas irreprochablemente para tales ataques por no haber recibido una adecuada formación en la fe, siento nuevamente la responsabilidad de realizar mi servicio a la Verdad que es Jesucristo, también a través de este medio. Lo que el Señor me da a reconocer no es mérito mío, y por lo tanto es un don que he recibido libremente y que pongo libremente a disposición de los que buscan la Verdad.

De hecho, San Gregorio continúa: “¿Qué es efectivamente para un pastor el miedo de decir la verdad, sino dar la espalda al enemigo con su silencio? Pero si lucha para defender al rebaño, construye para la casa de Israel un baluarte contra sus enemigos. Por eso se dijo al pueblo que recayó en la infidelidad: ‘Tus profetas han visto cosas vanas y necias para ti, no han revelado tus iniquidades, para cambiar tu suerte’ (Lam 2, 14). En la Sagrada Escritura, con el nombre de profetas se designa veces a esos maestros que, mientras muestran la fugacidad de las cosas actuales, manifiestan las cosas futuras. La palabra de Dios los reprende por ver cosas falsas, porque, por temor a reprender a los culpables, los halagan en vano con promesas de seguridad, y no revelan la iniquidad de los pecadores, a quienes nunca dirigen una palabra de reprensión. El reproche es una llave, porque abre la conciencia para ver la culpa, que a menudo es ignorada incluso por quien la ha cometido. Por eso Pablo dice: ‘Para que pueda exhortar con la sana doctrina y refutar a los que contradicen’ (Tt 1. 9). Y el profeta Malaquías también dice: ‘Los labios del sacerdote deben guardar el conocimiento, y de su boca se busca la instrucción, porque él es el mensajero del Señor de los ejércitos’ (Ml 2, 7). Por eso, el Señor amonesta por boca de Isaías: ‘Grita con voz fuerte, no hagas caso; como una trompeta levanta tu voz’ (Is 58, 1). Quien accede al sacerdocio asume la tarea de heraldo, y se adelanta gritando antes de la llegada del juez, que le seguirá con un aspecto terrible. Pero si el sacerdote no sabe desempeñar el ministerio de la predicación, ¿cómo hará oír su voz él, como mudo heraldo que es?”.

En primer lugar, debo recordar algunos aspectos relativos a los fármacos producidos y suministrados en los últimos meses, como presunta protección contra la enfermedad que ha determinado de alguna manera el curso de la vida en todo el mundo durante los últimos dos años. Estos fármacos experimentales también se producen mediante el uso de lo que comúnmente se denomina “líneas celulares”. La Congregación para la Doctrina de la Fe publicó una nota el 21 de diciembre de 2020, en la que se cita a sí misma Fe, Istruzione Dignitas personae, n. 35: “Cuando el ilícito es avalado por las leyes que regulan el sistema sanitario y científico, es necesario distanciarse de los aspectos inicuos de ese sistema, para no dar la impresión de una cierta tolerancia o aceptación tácita de acciones gravemente injustas. De hecho, esto contribuiría a aumentar la indiferencia, cuando no el favor con el que son vistas estas acciones en algunos círculos médicos y políticos”. Pero el texto que coloca esta cita en la nota a pie de página afirma en el cuerpo del texto: “el uso lícito de dichas vacunas no implica ni debe implicar en modo alguno la aprobación moral del uso de líneas celulares procedentes de fetos abortados”. La contradicción en los términos es evidente para cualquiera que esté familiarizado con el lenguaje jurídico o filosófico, y esté mínimamente entrenado en el uso de la lógica. El creyente simple e ingenuo considera, por otro lado, que el cuerpo del texto actual está afirmando lo mismo que se afirma en la nota al pie, y por lo tanto se “traga” el veneno de la mentira junto con el “azúcar” de la verdad. La mentira venenosa es la palabrita “lícita” que se yuxtapone al uso de esos productos, mientras que la verdad que la endulza es la denuncia del mal.

¡Pero no convierto en lícita una acción mala porque -mientras la hago- declaro que hay que evitarla!

¡Es la suma de todas las hipocresías!

¡Ni siquiera los fariseos de la época de Jesús habían llegado tan lejos! ¡Seguramente desde las profundidades del infierno aplaudirán felices la diabólica habilidad de sus nuevos prosélitos que superan al maestro en la construcción de sepulcros blanqueados! ¡Cuán evidente es la hipocresía de quienes firman el texto anterior que contiene la siguiente afirmación: “Al mismo tiempo, es evidente para la razón práctica que la vacunación no es, por regla general, una obligación moral y que, por lo tanto, debe ser voluntaria” y luego, de hecho, ¡pone en marcha todo lo que está en su poder para obligar con todo su poder a aquéllos sobre los que ejerce más o menos legalmente su autoridad!

El Catecismo recuerda que se “coopera en los pecados cometidos por otros al “ordenarlos, aconsejarlos, alabarlos o aprobarlos”, y también “al no denunciarlos o impedirlos, cuando se tiene la obligación de hacerlo” (CIC n. 1868). En el número 2275 también condena, en el marco de la reflexión sobre el homicidio voluntario en relación con el quinto mandamiento, la “producción de embriones humanos destinados a ser explotados como ‘material biológico’ disponible”. Impresiona muchísimo el juego de palabras con el que el reciente texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe manipula el Santo Magisterio, para inducir a los ingenuos, incluso reforzando afirmaciones que no tienen ninguna prueba científica, a adherir a un comportamiento que, como subraya el texto citado, responde a lógicas perversas del sistema sanitario y político.

A este respecto, es bueno recordar que la Santa Iglesia Católica, observando la Palabra de su divino Fundador, siempre ha enseñado que nunca es lícito hacer el bien a través del mal. La carta encíclica Veritatis Splendor de San Juan Pablo II aborda esta cuestión en profundidad con un magisterio solemne y definitivo.

Caifás fue el caso más memorable de la historia que proclamó el principio que ahora parece inspirar a todos los que tienen poder para gobernar en el mundo: “Les dijo: ‘Ustedes no entienden nada, y no consideran que es mejor que un hombre muera por el pueblo y que no perezca toda la nación’” (Jn 11, 49-50).

Ahora, lamentablemente, este principio está llevando a sus inevitables consecuencias: no uno, sino muchos son sacrificados por lo que algunos, poniéndose por encima de la ley de Dios, afirman que es el bien del pueblo. ¡Y esto con la bendición de los que se presentan como ministros de la Iglesia de Jesucristo!

Nos conforta a este respecto el comentario del Santo Evangelio: “Pero esto no lo dijo por sí mismo, sino que, como sumo sacerdote, profetizó que Jesús debía morir por la nación, y no sólo por la nación, sino también para reunir a los hijos de Dios dispersos” (Jn 11, 51-52). ¡Que el sacrificio de tantos inocentes sea aceptado por el Padre en unión con el único sacrificio salvífico de Jesús para la salvación de todos!

Es muy impresionante que Bergoglio haya firmado un texto que confunde la moralidad de los actos que ponen fin a la vida de niños inocentes de forma tan terrorífica, un texto impregnado de contradicciones, mentiras e hipocresía, ¡el mismo día en el que Dios permitió que él saliera a la luz!

¡Que Dios tenga misericordia de él y lo convierta!

“Un árbol bueno no puede dar frutos malos, ni un árbol malo dar frutos buenos” (Mt 7, 18). Un Hijo de Dios no puede hablar con mentiras, ni un hijo del maligno decir la verdad. “Porque todo el que hace el mal odia la luz y no va a la luz para que sus obras no sean reveladas. Pero el que obra la verdad sale a la luz, para que se vea claramente que sus obras están hechas en Dios” (Jn 3, 20-21).

Por lo tanto, si con la mentira no hay vergüenza en tratar de hacer pasar por “moralmente aceptable” la cooperación con lo que el verdadero Magisterio de la Santa Iglesia siempre ha condenado como un pecado “que clama venganza al cielo” (CIC n. 2268), ¿qué terrible mal no se podrá intentar conseguir a través de esos medios? “No se recogen higos de los espinos, ni uvas de las zarzas” (Lc 6, 43). Muchos científicos, católicos y no católicos, libres de amenazas y compensaciones de cualquier tipo, advierten del grave peligro de los productos que se proponen con una violencia cada vez mayor por parte del mundo político en la actualidad, presentándolos como la única solución a la crisis que vivimos, para que todo el mundo se someta a la experimentación, incluso descargando la responsabilidad en las víctimas, quienes muchas veces ni siquiera se dan cuenta de que con sus firmas están haciendo impunes a todos los que las utilizan como conejillos de indias.

Por supuesto, también con respecto a la posible manipulación del patrimonio genético humano como medio para lograr una supuesta seguridad sanitaria, la verdadera Fe Católica tiene mucho que decir.

El primer mandamiento nos recuerda que nada está por encima de Dios. El eslogan que se está utilizando para manipular las mentes de las masas en este momento es exactamente lo contrario de este mandamiento. Se afirma constantemente, incluso dentro de nuestras iglesias: la salud es lo primero.

¡NO! ¡Sólo Dios es lo primero!

Y el mismo CIC, en los números 2292-2294, nos recuerda los límites de la investigación científica.

Todo esto es pisoteado por la engañosa ilusión de resolver los problemas manipulando el plan de Dios para nuestra realidad biológica, como si pudiéramos disponer de ella a voluntad. Una vez más el Catecismo nos recuerda que ésta es la acción del anticristo: “proporcionará a los hombres una solución aparente a sus problemas mediante el precio de la apostasía de la verdad” (CIC n. 675). Si la bendición vaticana sobre el uso de prácticas experimentales masivas es lo que hace posible la expansión casi total del dominio de una ciencia que ya no reconoce el Señorío de Dios, ¡estamos justamente frente el desvelamiento del “Misterio de iniquidad” del que habla el Catecismo! Bendito sea el Señor, que “revela los secretos de los corazones” (Lc 2, 35).

El hombre se pone en el lugar de Dios. Pero Jesús nos recuerda: “no tenéis poder para hacer blanco o negro un solo cabello” (Mt 5, 36-37) ¡Imaginemos si es lícito que el hombre manipule el patrimonio genético de la población mundial! Es muy significativo que Jesús proponga este pasaje en un contexto en el que está hablando de la necesidad de absoluta franqueza y sinceridad que se exige a quienes quieren seguirle: “Que tu hablar sea sí, sí; no, no; todo lo demás viene del maligno” (Mt 5, 37).

El texto de la Congregación para la Doctrina de la Fe habla de una cooperación con el mal, pero remota, y por tanto moralmente aceptable. El sí se mezcló con el no. El creyente se pregunta: ¿es bueno o malo? Y la respuesta es que es un poco y un poco. Aquí está lo demás que viene del maligno. Este documento no hace lícito nada en absoluto, pero también hace recaer la responsabilidad sobre los que actúan. De hecho, si se lo lee con seriedad, se observa que se enumeran numerosas condiciones, que después no se cumplen en la realidad. Pero incluso si uno considerara hacer un acto tan grave porque la Congregación de la Doctrina de la Fe lo ha declarado moralmente aceptable, ¿alguien se engaña realmente con que el Juez Divino se verá influenciado por ese texto?

Todo esto revela un pecado mucho más grave: la falta total de fe en Dios.

La humanidad ha caído en una trampa provocada por su propia imprudencia al ocuparse de lo que no le pertenece sin respetar los límites impuestos por Dios. Sólo los facciosos, entre los científicos verdaderamente competentes, niegan que la situación actual haya sido causada por operaciones humanas con el patrimonio genético de diversos seres vivos y del hombre.

¡Pero esta humanidad rebelde, en lugar de hacer penitencia ante Dios, se hace la ilusión de que puede llegar a la solución a través del mismo camino perverso! Y los ministros rebeldes de la Santa Iglesia de Dios, en lugar de exhortar a los fieles a huir de estas trampas diabólicas, confiando en la Misericordia de Dios y aceptando humildemente sus castigos para expiar nuestras culpas, empujan a las débiles ovejas a caer justo en la boca del lobo, confiando incluso en quienes han generado esa misma situación, de la que ahora, mintiendo, prometen querer liberarnos.

“Maldito el hombre que confía en el hombre, que se apoya en la carne y aparta su corazón del Señor. Será como un tamarisco en la estepa, cuando el bien llega no lo ve; habitará en lugares áridos en el desierto, en una tierra salitrosa, donde nadie puede vivir. Dichoso el hombre que confía en el Señor” (Jer 17, 5-7).  El Señor ya estaba advirtiendo al pueblo de la Antigua Alianza. Pero ahora es el mismo Jesús quien se dirige a los que hacen tal iniquidad: “Raza de víboras, ¿cómo pueden ustedes decir cosas buenas, ustedes que son malos? Porque la boca habla desde la plenitud del corazón. El hombre bueno de su buen tesoro extrae cosas buenas, y el hombre malo de su mal tesoro extrae cosas malas” (Mt 12, 34-35). “Ay de ustedes, escribas y fariseos hipócritas, que levantan los sepulcros de los profetas y adornan las de los justos, y dicen: ‘Si hubiéramos vivido en los días de nuestros padres no nos habríamos unido a ellos en el derramamiento de la sangre de los profetas; y así atestiguan contra ustedes mismos que son hijos de los asesinos de los profetas. Pues bien, ¡llenen la medida de sus padres! Serpientes, raza de víboras, ¿cómo escaparán a la condena de la Gehena?” (Mt 23, 29-33).

¡Pero aquí ustedes están dispuestos, muy dispuestos, desde la cúspide de vuestro poder en el Vaticano, y a menudo incluso en las Curias diocesanas, a castigar a los que intentan vivir la fe según la Santa Tradición de la Iglesia, y en cambio dejan impunes a los que la pisotean ¡Y la hipocresía de ustedes es evidente para todo el mundo!

¡Ustedes condenan con palabras la bendición de la vida de pecado de quienes practican la sodomía con un documento de la CdF (Responsum de la Congregación para la Doctrina de la Fe a un dubium sobre la bendición de las uniones de personas del mismo sexo, 15-03-2021″) y luego no hacen nada frente a los pastores que públicamente hacen alarde de la inobservancia de estas indicaciones!

Pero si alguien se atreve a intentar ser fiel al “Depositum fidei” es perseguido por todos los medios y debe sentirse como extranjero en su propia casa.

Pero Jesús ya los ha condenado: “Por tanto, he aquí que os envío profetas, sabios y escribas, a algunos de ellos los mataréis y los crucificaréis, y a otros los azotaréis en vuestras sinagogas y los perseguiréis de ciudad en ciudad, para que caiga sobre ustedes toda la sangre inocente que se ha derramado en la tierra, desde la sangre del justo Abel hasta la sangre de Zacarías, hijo de Baraquías, a quien matasteis entre el santuario y el altar. En verdad les digo que todo esto caerá sobre esta generación” (Mt 23, 34-36). Y esto es lo más triste de todo: que ustedes no reconocen que el mal que están cometiendo atrae la ira de Dios no sólo sobre ustedes, sino sobre toda esta generación, ¡y los inocentes pagarán un precio muy alto por la culpa de ustedes!

No es casualidad que Jesús profetizara sobre ustedes, dirigiéndose ya a vuestros antepasados: “Los escribas y fariseos se han sentado en la cátedra de Moisés” (Mt 23, 2-4).

Pero ahora se han desenmascarado. El pérfido documento sobre la celebración de la Santa Misa según el Rito Perenne de la Iglesia Católica Romana, promulgado por San Pío V, y reconocido como irrevocable, incluso muy recientemente, por Benedicto XVI (Motu Proprio Summorum Pontificum, 7 de julio de 2007), quizás lo hayan preparado con demasiada precipitación.

Ahora me dirijo de nuevo a los fieles a los que dirijo esta carta.

La reciente Carta Apostólica Traditionis custodes, promulgada por el Vaticano el 16 de julio de 2021, dice: “Art. 1. Los libros litúrgicos promulgados por los santos pontífices Pablo VI y Juan Pablo II, en conformidad con los decretos del Concilio Vaticano II, son la única expresión de la lex orandi del Rito Romano”.

La referencia es a uno de los pilares de la doctrina cristiana, desde la época patrística. La expresión utilizada es “lex orandi”. Esta fórmula indica la “regla de la oración”. Pero el uso de este término, en la Santa Doctrina, lo identifica con la “lex credendi”, “la regla de la fe”. En términos sencillos: la Iglesia afirma que se reza de manera conforme a la fe. Esta profunda identidad fue también el camino para el reconocimiento de los primeros dogmas cristológicos de la Santa Iglesia. Por lo tanto, si este reciente documento identifica la “lex orandi” exclusivamente con el nuevo rito de 1970, y en la práctica de las indicaciones del propio documento da a entender que el uso del rito anterior debe ser considerado como una pura concesión en casos excepcionales, sutilmente, sin decirlo explícitamente, pero realizándolo a través de la legislación, se está creando una distancia y una diferencia entre esta “lex orandi” y la del rito anterior. ¡La “lex orandi” del Rito de 1970 sería, de hecho, la única! Pero si la “lex orandi” es la “lex credendi”, significa que se está insinuando una distancia y una diferencia entre la fe expresada por el Rito que se quiere afirmar como único, y el que se quiere relegar al ámbito de las concesiones. Por lo tanto, a través de la legislación, se está afirmando que la única fe verdadera de la Iglesia sería la de aquéllos que posiblemente puedan conceder una expresión de la misma que se ajuste a la de siempre en algunos casos muy limitados, pero considera que se expresa “únicamente” en la forma del Nuevo Misal de Pablo VI. Por eso es que cualquiera que quiera expresar su fe de una manera que se ajuste a la forma en que la expresaron todos los cristianos que nos precedieron, hasta 1970, se considerará que está haciendo algo meramente tolerado, que no se ajusta realmente a la única “lex orandi”, que, sin embargo, es también la única “lex credendi”. Por lo tanto, quien quiera expresar la “lex credendi” de todos los tiempos a través de la “lex orandi” de todos los tiempos debe pedir permiso, y no es seguro que se lo concedan. Sin embargo, si la “lex credendi” de antes es diferente, porque la actual es la “única”, al igual que la “lex orandi” es única, entonces quien emitió este documento ya no tiene una fe que sea “una” con la fe apostólica (Ef 4, 5).

En resumen: ¡la fe de todos los tiempos ya no está en casa en la iglesia gobernada por los que emitieron este documento!

Señor Jorge Mario Bergoglio, le llamo así porque, aunque nadie tiene el poder para juzgarle, usted no oculta sus renovadas herejías y apostasías de la Fe Católica casi a diario, perdiendo por derecho propio su propio Oficio (munus); señores que colaboran con este gobierno suyo de la Santa Iglesia: recuerden que están firmando su propia condena. Son ustedes los que declaran en forma cada vez menos velada que su fe no es la misma que la de Pedro, sobre la que Jesús fundó su Iglesia. “Que cada uno tenga cuidado de cómo construye. Porque nadie puede poner otro fundamento que el que ya existe, que es Jesucristo” (1Cor 3, 10-11).

Si la fe de ustedes considera como algo apenas tolerable, y sólo en sus propios términos, la expresión bimilenaria de esa fe profesada por todas las generaciones de santos que nos han precedido, y que en las Huestes Celestiales cantan la Gloria del Señor, ¡son ustedes los que están fuera de lugar en la Santa Iglesia fundada por Jesucristo! Podrán engañar a los hombres, pero no engañarán al Señor.

No tuve la gracia de conocer el augusto Rito Tridentino de la Santa Misa en la época de mi formación, pero no lo considero un invitado incómodo. Vivo el Rito Romano actual como una declinación del antiguo, imperfecta, pero válida, precisamente porque, gracias a Dios, aún no ha perdido la totalidad de su contenido esencial. Espero tener la oportunidad de celebrar el Rito Tridentino como es debido, ya que nunca he podido hacerlo, aunque he empezado a aprender. Por tanto, no es el rito lo que me preocupa.

Pero si ustedes piensan que los que aman el Rito Tridentino como expresión inmortal de la “Lex orandi”, que coincide con la “Lex credendi” de la Santa Iglesia Católica, son sólo invitados difíciles de tolerar y traen división, sepan que somos nosotros, los que creemos en la misma Fe de los Santos Apóstoles, los que les estamos tolerando a ustedes, según la exhortación a la caridad que nos hizo el Apóstol (1Cor 13), y recuerden además que son precisamente ustedes los que están trayendo la división y la destrucción en la Santa Iglesia de Dios, con su intolerancia a todo lo que nos han transmitido los Santos Padres, fieles al Mandato de Jesucristo, y pretendiendo inventar un nuevo evangelio y fundar una nueva iglesia, como hacen constantemente.

Ustedes pueden seguir abusando de la autoridad que han conquistado, por medios lícitos o mucho más probablemente ilícitos, de forma válida o mucho más probablemente inválida, pero la Santa Iglesia, la Única Católica Apostólica Romana, siempre y para siempre pertenece a Su Único Pastor, Jesucristo, quien siempre cuidará de nosotros, incluso en el valle oscuro, y no nos abandonará en las tinieblas y en la sombra de la muerte, y nos librará de las manos de los enemigos, aunque esos enemigos sean precisamente ustedes (Sal 23 y Lc 1, 79).

“Scio cui credidi – porque sé en quién he creído y estoy convencido de que Él es capaz de conservar mi depósito hasta aquel día”, y sólo de Él “he sido constituido heraldo, apóstol y maestro” (1Tim 11-12), como todo verdadero sacerdote de la Verdadera Iglesia Católica Apostólica Romana.

A los fieles católicos, desconcertados frente a lo que está sucediendo, les recuerdo las palabras de nuestro Catecismo: “el discípulo de Cristo acepta vivir en la verdad, es decir, en la simplicidad de una vida conforme al ejemplo del Señor” (CIC n. 2470): “El deber de los cristianos de tomar parte en la vida de la Iglesia, los impulsa a actuar como testigos del Evangelio y de las obligaciones que de él se derivan. Este testimonio es transmisión de la fe en palabras y obras. El testimonio es un acto de justicia que establece o da a conocer la verdad (cf Mt 18, 16): ‘Todos […] los fieles cristianos, dondequiera que vivan, están obligados a manifestar con el ejemplo de su vida y el testimonio de su palabra al hombre nuevo de que se revistieron por el bautismo y la fuerza del Espíritu Santo que les ha fortalecido con la confirmación’ [AG n. 11). El martirio es el supremo testimonio de la verdad de la fe; designa un testimonio que llega hasta la muerte. El mártir da testimonio de Cristo, muerto y resucitado, al cual está unido por la caridad. Da testimonio de la verdad de la fe y de la doctrina cristiana. Soporta la muerte mediante un acto de fortaleza. ‘Dejadme ser pasto de las fieras. Por ellas me será dado llegar a Dios’ (San Ignacio de Antioquía, Epistula ad Romanos, 4, 1)” (CIC nn. 2472-2473).

“La autoridad no deriva su legitimidad moral de sí misma. No debe comportarse despóticamente, sino que debe trabajar por el bien común como “fuerza moral que se basa en la libertad y en la conciencia de la tarea y obligaciones que ha recibido” (GS n. 74, 2): “La legislación humana sólo posee carácter de ley cuando se conforma a la justa razón; lo cual significa que su obligatoriedad procede de la ley eterna. En la medida en que ella se apartase de la razón, sería preciso declararla injusta, pues no verificaría la noción de ley; sería más bien una forma de violencia (Santo Tomás de Aquino, Summa theologiae, 1-2, q. 93, a. 3 ad 2)”.  La autoridad sólo se ejerce legítimamente si busca el bien común del grupo en cuestión y si, para alcanzarlo, emplea medios moralmente lícitos. Si los dirigentes proclamasen leyes injustas o tomasen medidas contrarias al orden moral, estas disposiciones no pueden obligar en conciencia. ‘En semejante situación, la propia autoridad se desmorona por completo y se origina una iniquidad espantosa (CIC 1902-1903)”.

Incluso en el caso de la Santa Iglesia, la autoridad no es absoluta. “La conciencia moral es un juicio de la razón por el que la persona humana reconoce la cualidad moral de un acto concreto que piensa hacer, está haciendo o ha hecho. En todo lo que dice y hace, el hombre está obligado a seguir fielmente lo que sabe que es justo y recto. Mediante el dictamen de su conciencia el hombre percibe y reconoce las prescripciones de la Ley divina: La conciencia ‘es una ley de nuestro espíritu, pero que va más allá de él, nos da órdenes, significa responsabilidad y deber, temor y esperanza. […] La conciencia es la mensajera del que, tanto en el mundo de la naturaleza como en el de la gracia, a través de un velo nos habla, nos instruye y nos gobierna. La conciencia es el primero de todos los vicarios de Cristo (John Henry Newman, Carta al duque de Norfolk, 5)’ (CIC n. 1778)”. Nunca una orden o instrucción de la autoridad eclesiástica supera la autoridad de la conciencia. Esta es la fe proclamada por el solemne Magisterio de la Santa Iglesia.

Permanezcamos, pues, en paz, firmes en hacer el bien y evitar el mal, en obedecer al Señor Jesucristo mediante la fidelidad a la Auténtica Enseñanza de la Iglesia que Él mismo fundó como mediadora de su Gracia de Salvación. Recurramos a los Santos Sacramentos mientras el Señor nos conceda el don de ellos, sin anteponer obstáculos engañosos.

Recemos por la intercesión de los Santos Apóstoles Pedro y Pablo, de San José, patrono de la Iglesia universal, por los méritos y la mediación de la Madre de Dios María Santísima, que Jesús nos ha dado como nuestra Madre desde la Santa Cruz, seguros de la protección de los Santos Ángeles, que el Señor ha prometido a sus pequeños, que contemplan su Rostro noche y día.

Y con confianza en la promesa del Señor perseveremos hasta el final, porque así seremos salvos (Mt 24, 13). Amén.

 

Francesco d’Erasmo, sacerdote católico

Tarquinia, 29 de julio 2021, Santa Marta.

 

Publicado originalmente en italiano el 30 de julio, en https://www.marcotosatti.com/2021/07/30/il-grano-e-la-zizzania-lettera-aperta-di-don-francesco-derasmo/

 

Traducción al español por: José Arturo Quarracino

§§§




Ecco il collegamento per il libro in italiano.

And here is the link to the book in English. 

Y este es el enlace al libro en español


STILUM CURIAE HA UN CANALE SU TELEGRAM

 @marcotosatti

(su TELEGRAM c’è anche un gruppo Stilum Curiae…)

E ANCHE SU VK.COM

stilumcuriae

SU FACEBOOK

cercate

seguite

Marco Tosatti




SE PENSATE CHE

 STILUM CURIAE SIA UTILE

SE PENSATE CHE

SENZA STILUM CURIAE 

 L’INFORMAZIONE NON SAREBBE LA STESSA

 AIUTATE STILUM CURIAE!

ANDATE ALLA HOME PAGE

SOTTO LA BIOGRAFIA

OPPURE CLICKATE QUI




Questo blog è il seguito naturale di San Pietro e Dintorni, presente su “La Stampa” fino a quando non fu troppo molesto.  Per chi fosse interessato al lavoro già svolto, ecco il link a San Pietro e Dintorni.

Se volete ricevere i nuovi articoli del blog, scrivete la vostra mail nella finestra a fianco.

L’articolo vi ha interessato? Condividetelo, se volete, sui social network, usando gli strumenti qui sotto

Condividi i miei articoli:

Libri Marco Tosatti

Tag: , ,

Categoria:

I commenti sono chiusi.